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1
+ El interés que han despertado las amenas crónicas de "Marianela"
2
+ publicadas en la página femenina de "LA PRENSA" me ha inducido a
3
+ solicitar del Director del gran diario, Don Ezequiel P. Paz, el permiso
4
+ para editarlas.
5
+
6
+ La benevolencia gentil del señor Paz ha otorgado el consentimiento, y
7
+ hoy aparecen los chispeantes artículos de la distinguida escritora
8
+ compilados en este elegante volumen. Notorio es el éxito creciente que
9
+ han logrado estas crónicas; aparte su mérito literario, puesto de
10
+ relieve en un estilo fácil, terso y armonioso, contienen otra cualidad
11
+ más esencial aun, consistente en su sana orientación ética, en una
12
+ crítica, suavemente irónica, de nuestros hábitos y costumbres. Trátase,
13
+ en fin, de un libro interesante, ameno instructivo, en el cual, a la
14
+ belleza artística, se unen, en consorcio admirable, útiles normas de
15
+ conducta, expuestas con delicado humorismo y singular gracejo narrativo.
16
+
17
+ Pedro L. Balza
18
+
19
+ (Editor)
20
+
21
+
22
+
23
+
24
+ PRESENTACIÓN EN SOCIEDAD
25
+
26
+
27
+ Su presentación en sociedad es el primer episodio interesante en la vida
28
+ de la mujer. Ha terminado la infancia, que acaso sea lo mejor de la
29
+ existencia. La trasformación de la niñez en pubertad trae también un
30
+ cambio completo en la vida del espíritu.
31
+
32
+ La niña se ha convertido en señorita. Ya la muñeca ha quedado
33
+ abandonada. La mamá de la señorita, con dulce melancolía, la recoge y la
34
+ guarda en un mueble tradicional. La señorita no hace caso de su muñeca:
35
+ le parece un objeto antediluviano, pues aunque el tiempo pasado es poco,
36
+ la trasformación es tanta que todo lo de ayer ha adquirido carácter
37
+ remoto. Ya vendrá un día en que vuelva sus ojos, acaso tristes, acaso
38
+ llorosos, a la muñeca que alborozó sus horas infantiles. Pero ahora, no;
39
+ ahora ha quedado relegada a completo olvido. Porque la señorita se halla
40
+ trémula de emoción. Se va a presentar en sociedad; está por asomarse al
41
+ mundo. Y un tumulto de ideas, mejor dicho, de imaginaciones--porque,
42
+ propiamente ideas sobre el mundo, no tiene aun la señorita--asaltan su
43
+ mente en ligero torbellino, se agitan, bullen, vuelan y revuelan como
44
+ mariposas en torno del foco luminoso.
45
+
46
+ ¿Cómo será el mundo? He ahí la preocupación de la señorita. Pero esta
47
+ preocupación está exenta de tristeza, de gravedad, de pesimismo. Porque,
48
+ en realidad, no se pregunta: «¿cómo será el mundo?», interrogación harto
49
+ filosófica para sus años y su inexperiencia. Lo que ella se pregunta es:
50
+ «¿cómo le pareceré yo al mundo?». Y a medida que se atavía y se adorna
51
+ y se embellece con los mil recursos que la moda inventa, piensa la
52
+ señorita, frente al espejo que refleja su figura de mujer en esbozo: «yo
53
+ creo que le voy a parecer bonita al mundo». Y esta idea optimista,
54
+ justificada desde luego, porque la señorita es linda, le produce una
55
+ alegría exultante, alborozada, llena de íntimo regocijo. En ese momento
56
+ del atavío, los detalles adquieren una importancia fundamental; el
57
+ gracioso lunar, el rizo juguetón, todo aquello que constituye su
58
+ personalidad, su diferenciación de las demás señoritas que también se
59
+ presentan en sociedad, adquieren un relieve preponderante y definitivo.
60
+ El lunarcillo y el ricito son invencibles; nada, nada, ¡invencibles!...
61
+
62
+ Una ligera inquietud invade el espíritu de mamá. Es necesario que la
63
+ presentación cause buen efecto. Está en ello comprometido el buen gusto
64
+ y el tino educador de mamá. La señora ha leído a Carmen Sylva, la buena
65
+ y discreta reina rumana, y repite a su hija estas palabras que pueden
66
+ servir de norma en una presentación en sociedad: «La tontería se coloca
67
+ siempre en primera fila para ser vista; la inteligencia se coloca detrás
68
+ para ver». Y luego agrega por cuenta propia: «discreción, hija mía,
69
+ compostura, sosiego; mide lo que dices; más vale que peques por
70
+ cortedad».
71
+
72
+ Papá también está un poco impresionado. Cree, como Terencio, que las
73
+ mujeres, igual que los niños, se corrigen con leves sentencias. Y apunta
74
+ algunas apropiadas al caso. «La señorita silenciosa parece mejor que la
75
+ locuaz». El discreto señor hace algunas observaciones filosóficas sobre
76
+ la coquetería. A su juicio la coquetería no tiene más fin que hacer
77
+ subir las acciones de la belleza. Pero el prudente papá advierte que es
78
+ necesario tener sentido de la medida; no hacerlas subir demasiado,
79
+ porque pueden caer de golpe una vez descubierto que se abusa del recurso
80
+ para hacerlas subir. Papá agrega otros razonamientos graves, discretos,
81
+ oportunos. «No hay que ser criticona», dice. Y volviéndose a la esposa,
82
+ agrega: «Según Schiller, la mujer tiene ojos de lince para ver los
83
+ defectos de las demás mujeres». Y luego agrega por cuenta propia: «Los
84
+ hombres nos enteramos de los defectos de una dama por otra dama; pero
85
+ adquirimos mala idea de quien nos suministra la información».
86
+
87
+ Ya la señorita está ataviada: un traje primoroso realza su figura:
88
+ primor sobre primor. «Está elegantísima», observa la señora al esposo.
89
+ «Sí, sí, dice éste, muy elegante, muy linda». Y recordando las palabras
90
+ de un pedagogo argentino agrega: «Pero hay que ser también «paqueta» por
91
+ dentro: que a la figura elegante no corresponda un espíritu deforme». La
92
+ señora confía en que la niña será siempre muy buena. «Es nuestra hija»,
93
+ termina. «Es verdad,--asiente el padre conmovido--; será buena, porque
94
+ es nuestra hija».
95
+
96
+ Entre observaciones, besos y mimos, la señorita, llena de alegría y de
97
+ ilusiones, se dispone a presentarse en sociedad.
98
+
99
+
100
+
101
+
102
+ EL MATRIMONIO
103
+
104
+
105
+ Se ha dicho muchas veces que el matrimonio es la tumba del amor. Por eso
106
+ sin duda los diversos poetas que han cantado la vida de Don Juan no
107
+ casan nunca a su héroe. No han querido someter a prueba su capacidad
108
+ amorosa ni la consistencia de su sentimiento.
109
+
110
+ Y es que Don Juan no es un verdadero enamorado. Balvo, un filósofo
111
+ modesto, pero muy discreto, destruye con cuatro palabras todas las
112
+ apologías rimadas que se han hecho de Don Juan: «quien ama a muchas, no
113
+ ama mucho; quien ama a menudo, no ama largo tiempo; quien ama con
114
+ variedad, no ama dignamente».
115
+
116
+ Entre los poetas y este modesto filósofo, la elección no es dudosa para
117
+ nosotras. La consistencia del amor se prueba en el matrimonio; sólo una
118
+ larga convivencia nos demostrará si el corazón está bien puesto, en
119
+ quicio permanente.
120
+
121
+ Por lo demás algo hay de cierto en eso de que el matrimonio es la tumba
122
+ del amor. No en balde la frase goza de tanta difusión en el mundo. Pero
123
+ es porque el amor, en su forma exaltada, sólo es, como dice Voltaire, un
124
+ cañamazo dado por la naturaleza y bordado por la imaginación. Ahora
125
+ bien: el cañamazo, la belleza física, no resiste la tiranía del tiempo
126
+ que imprime las tristes huellas de la decadencia; y la imaginación
127
+ bordadora también acaba por sosegarse y quedar sustituída por una dulce
128
+ y reflexiva calma.
129
+
130
+ Entonces el amor no tiene más que una salvación: el cariño. Los poetas,
131
+ que son los mayores perturbadores del mundo, siempre han desdeñado, por
132
+ subalterno, este sentimiento, que es mucho más fundamental y más sólido
133
+ que el amor. El amor es la llama; quizá no pase de una fogata fugaz; el
134
+ cariño es el rescoldo hecho de la buena y diaria lumbre del hogar, de la
135
+ mutua adhesión, del perdón mutuo, de la recíproca tolerancia, de los
136
+ comunes gozos y sufrimientos, de las alegrías conjuntas y de la fusión
137
+ de las lágrimas. El amor tiene un enemigo que le vence siempre: el
138
+ tedio. El cariño no tiene enemigo que le venza, porque está apoyado en
139
+ el sentimiento de convivencia. Vale más, mucho más, el calor del
140
+ rescoldo que el de la fogata. Cuando la fogata no se convierte en
141
+ rescoldo, sólo quedan de ella frías cenizas. Brasa y no pavesa ha de ser
142
+ lo que quede de la juvenil exaltación espiritual y del ardor de los
143
+ sentidos. «¡Te amo!». Es una frase de novela, excesiva, afectada. «Te
144
+ quiero», es una frase más sencilla, más grave, más profunda y más
145
+ humana. «¡Te amo!», dice Don Juan, que nunca fué un hombre honrado. «Te
146
+ quiero», dice el hombre de bien, que seguramente cumple lo que dice.
147
+
148
+ Saber convivir... He ahí el secreto del buen matrimonio. Dar normas
149
+ fijas es imposible, puesto que hay tanta variedad de caracteres y de
150
+ circunstancias cuantas parejas constituyen la organización monogámica
151
+ del mundo.
152
+
153
+ Desde luego la cualidad esencial de la mujer es la dulzura. La palabra
154
+ suave quebranta la ira. Una mujer colérica es el mayor tormento de un
155
+ hogar. A mí, personalmente, me produce la impresión de un canario
156
+ hidrófobo; algo, en fin, absurdo y horrible. Cuéntase que uno de los
157
+ siete sabios de Grecia (Solón, Bías, Tales, Anacarsis, Pitaco, Quilón,
158
+ Periandro, no se sabe cuál; lo mismo da, cualquiera....) tenía un
159
+ discípulo que estaba enamorado. El novio, lleno de entusiasmo, refería
160
+ al maestro las cualidades de su futura. «Es hermosa como el lucero de la
161
+ mañana»--decía el joven. El filósofo escribía: «cero».--«Es rica, como
162
+ la heredera de Creso»--añadía el doncel. El genio griego volvía a
163
+ escribir: «cero». (La dote, pensaría probablemente el filósofo, es la
164
+ gran virtud de los padres). El enamorado agregó: «Es inteligente». Y el
165
+ gran hombre puso otra vez: «cero».--«Es noble»--«Cero».--«Tiene muy
166
+ buena parentela».--«Cero».--«Buena educación».--«Cero». El enamorado
167
+ miraba atónito a su querido maestro. Por último le dijo: «tiene un
168
+ carácter dulce». Y entonces el sabio heleno, el más sabio de los siete
169
+ sabios, estampó la unidad a la izquierda de todos los ceros que había
170
+ ido poniendo, para demostrar que sólo así adquirían valor las demás
171
+ cualidades.
172
+
173
+ Todo es grato al lado de una mujer dulce: todo es amargo al lado de una
174
+ irascible. Seductora es la belleza, atrayentes la espiritualidad y el
175
+ donaire; pero es la dulzura la que más retiene al hombre. Y la felicidad
176
+ del matrimonio está en retenerse mutuamente. Palabras suaves, conceptos
177
+ delicados, ademanes tranquilos forman el mayor encanto de la mujer.
178
+ Madame Neker, cuyo ingenio lució tanto en los salones de Versalles, en
179
+ los momentos precursores de la Revolución, cuando todas las pasiones
180
+ estaban a punto de estallar, solía decir a sus amigas que las palabras
181
+ ofenden más que las acciones, el tono más que las palabras y el aire más
182
+ que el tono. La esposa del famoso hacendista hubiera podido dictar una
183
+ cátedra de psicología conyugal. Dulzura, suavidad, amigas mías. Los
184
+ hombres rompen los eslabones de una cadena de hierro; en cambio hallan
185
+ agradable la atadura si ella está formada por tenues hilos de seda. Sean
186
+ nuestras palabras como nuestros brazos en las horas de deliquio:
187
+ suaves, blandas, dóciles. Yo, como mujer, gusto mucho de oir hablar a
188
+ los maridos de sus respectivas esposas. Y he observado que cuando
189
+ elogian el ingenio, la gracia, la belleza, la elegancia o cualquier otra
190
+ cualidad física o moral, lo hacen sin mayor calor. En cambio, cuando
191
+ dicen: «mi mujer es una pastaflora», dan a su expresión un tono de
192
+ íntima ternura que revela cuánto impresiona a su espíritu esta cualidad
193
+ femenina.
194
+
195
+ La popular frase transcripta encierra las principales virtudes de la
196
+ mujer: la bondad, la resignación, el avenimiento a todas las
197
+ circunstancias, la tolerancia, la encantadora docilidad.
198
+
199
+ Defecto grave en la mujer es tener un espíritu contradictor, una
200
+ voluntad terne, un carácter terco. A la mujer no debe costarle ceder. La
201
+ testarudez es buena y honrosa en los generales que defienden un fortín.
202
+ Para la mujer, ceder es conseguir--siempre que el marido sea tierno,
203
+ delicado y comprensivo. Jamás la mujer--y esto es importantísimo--debe
204
+ herir al marido en aquello en que cifra su amor propio. Téngase en
205
+ cuenta que el amor propio es más fuerte que el amor; como que muchas
206
+ veces se ama por amor propio, más aun que por amor a la persona amada.
207
+ Cuidado, pues, mucho cuidado con herir el amor propio del marido. Yo (y
208
+ perdonen mis amigas que me ponga como ejemplo; lo haré pocas veces)
209
+ estoy casada con un estanciero, hombre bonísimo, inteligente, gentil,
210
+ cordial, que me quiere tanto, tanto... como yo a él, lo que equivale a
211
+ buscar términos de comparación con lo infinito. Pues bien, mi marido es
212
+ aficionado a la historia natural y presume de conocer como nadie (y
213
+ conoce, yo lo afirmo, porque le quiero mucho, y esta es una razón
214
+ definitiva) la fauna argentina y muy especialmente--aquí está su amor
215
+ propio--las aves noctívagas que vuelan por nuestros campos al morir el
216
+ día. Paseando a esa hora por la estancia, ha confundido alguna vez el
217
+ carancho con la lechuza; porque mi marido nunca tuvo buena vista,
218
+ excepto cuando me eligió a mí. Bueno; pues yo nunca le contradigo,
219
+ porque, además de herir su amor propio de entendido en aves noctívagas,
220
+ le molestaría mi advertencia, significándole que tiene malos ojos, y los
221
+ tiene hermosísimos, aunque ven poco. ¿Para qué contradecirle? ¿Para qué
222
+ herir su amor propio de naturalista? ¿Para qué recordarle que no ve
223
+ bien? ¿Qué más da que aquello que voló sea lechuza o sea carancho o sea
224
+ chimango? La cuestión es que él sea feliz creyéndose un excelente
225
+ naturalista, dotado de buenos ojos. Y si es feliz con mi asentimiento,
226
+ ¿por qué negárselo? Alguna vez él mismo sale de su error, y entonces,
227
+ enternecido, paga con un beso mudo la intención de mi aquiescencia. Y
228
+ este beso de mi marido vale más, mucho más que toda la fauna, incluso la
229
+ humana, que puebla la tierra.
230
+
231
+ He contado esta nimiedad tan íntima, tan personal, a guisa de ejemplo,
232
+ para demostrar que no debe mantenerse contradicción en cosas sin
233
+ importancia. (Y no quiere esto decir que las aves noctívagas carezcan de
234
+ interés; lo tienen, y muy grande, desde que le interesan a mi marido).
235
+ Una herida de amor propio tarda mucho en curarse; quizá no cicatriza
236
+ bien nunca. Queda siempre un sordo resentimiento. Y el resentimiento--la
237
+ misma palabra lo dice--es el sentimiento más terne, más perenne, de más
238
+ triste duración.
239
+
240
+ La incompatibilidad de caracteres es lo más deplorables de la vida
241
+ conyugal. Y suele nacer de nimiedades, de intolerancias, de tozudeces
242
+ insustanciales. Una mujer díscola es inaguantable. Hay que ser como la
243
+ cera, dócil al moldeo, que al fin el moldeador suele adquirir el
244
+ carácter de lo moldeado. La vida es breve, y pasarla en disputa
245
+ constante equivale a cambiar la felicidad relativa por un potro de
246
+ tormento. Y nada resuelve el divorcio; porque, como ha dicho un
247
+ filósofo--claro que un filósofo feminista--el divorcio es la disolución
248
+ de una sociedad en que la mujer ha puesto su capital y el hombre
249
+ solamente el usufructo. ¿Y adónde va una sin capital? No hay que perder
250
+ el socio, sino avenirse con él, aunque la sociedad luche con algunos
251
+ tropiezos. Allanémoslos, en vez de aumentarlos; que al quitar los
252
+ nuestros, también él--si no es una mala persona--quitará los suyos,
253
+ despejando así el camino de la dicha. Vivir es ya un milagro; no depende
254
+ de nuestra voluntad, sino de la Providencia. Saber vivir depende de
255
+ nosotros mismos. No malogremos el don de la vida que Dios quiso
256
+ otorgarnos.
257
+
258
+ De las condiciones del hombre en el matrimonio no me atrevo a hablar.
259
+ Siento invencible timidez para tocar este punto, asaz complejo y
260
+ difícil. Los místicos, los santos, que todos fueron solteros, aceptando
261
+ todas las cruces, menos la del matrimonio--con lo cual su santidad
262
+ desmerece un poco por falta de sometimiento a prueba completa--decían
263
+ que al matrimonio, como a la muerte, es difícil llegar bien preparados.
264
+ No se enojarán los hombres, si apoyándonos en el testimonio de los
265
+ santos, decimos que la mujer llega al matrimonio en condiciones
266
+ espirituales superiores. Y así debe ser, porque para el hombre el
267
+ matrimonio es un accidente, mientras que para la mujer es el hecho
268
+ fundamental de su vida.
269
+
270
+ A pesar de mi temor para hablar de esta materia, me atrevo a insinuar
271
+ que entre los hombres dedicados a la vida intelectual, los mejor
272
+ dispuestos para el matrimonio son los políticos. El literato, el mismo
273
+ filósofo, el pintor, el músico, los artistas, en general, son
274
+ peligrosos, porque su arte y su filosofía están siempre en primer
275
+ término, antes que la mujer. Además, son un poco raros y no poco
276
+ arbitrarios. Y entre los políticos se debe preferir, no a los dogmáticos
277
+ empecinados, no a los caudillos exaltados, ni a los oradores famosos,
278
+ que son también, como los artistas, un poco peligrosos, sino a los que
279
+ tienen aptitudes gobernantes. La razón estriba en que, siendo el
280
+ gobierno del Estado una serie de concesiones, llegan bien dispuestos al
281
+ matrimonio, que es igualmente otra serie de concesiones.
282
+
283
+ Termino. Me he extendido demasiado. Pero téngase en cuenta que la
284
+ cuestión es ardua y llena todas las bibliotecas del universo, sin que se
285
+ haya resuelto satisfactoriamente. Sólo insistiré, para concluir, en que
286
+ el cariño vale más que el amor, porque es más sostenible, más durable,
287
+ más permanente. Lope de Vega, voto de calidad, pues fué un Don Juan
288
+ efectivo, lleno de devaneos y tormentosas pasiones, nos dice en unos
289
+ versos de su comedia «El mayor imposible», estas palabras razonables
290
+ sobre la exaltación amorosa:
291
+
292
+ «Que muchos que se han casado
293
+ Forzados de un amor loco,
294
+ Suelen después hallar poco,
295
+ De lo mucho que han pensado.»
296
+
297
+ ¡Cariño, cariño, dulcísimo y solidísimo sentimiento! En tí reside la
298
+ dicha duradera. El cariño surge de convivir. El amor nace de no haber
299
+ convivido. Reflexionad sobre esto, amigas mías...
300
+
301
+
302
+
303
+
304
+ EL AMOR Y SU APARIENCIA
305
+
306
+
307
+ ¿Cuál es en la mujer la verdadera edad del amor? Puntualicemos con más
308
+ precisión, pues la pregunta formulada es un poco vaga: ¿en qué edad se
309
+ halla la mujer en mejor disposición espiritual para enamorarse y, en
310
+ consecuencia, para unirse a un hombre, segura de que su sentimiento es
311
+ firme, permanente, fijo, como la estrella polar?
312
+
313
+ Un personaje novelesco de Anatole France (creo que es el bondadoso
314
+ filósofo señor Bergeret) dice que el amor es como la devoció; llega un
315
+ poco tarde: «no se es amorosa ni devota a los 20 años».
316
+
317
+ La observación es exacta. El amor, en realidad, es un fanatismo, una de
318
+ las tantas formas de la exaltación fanática. Ahora bien: para
319
+ fanatizarse es necesario que el espíritu esté formado y que nuestras
320
+ ideas estén muy hechas, muy elaboradas. Ni el tierno doncel, como si
321
+ dijéramos el cadete, ni la señorita, la niña, que acaba de asomarse al
322
+ mundo, tienen la aptitud del fanatismo. Es un error creer que los años y
323
+ la experiencia evitan que nos fanaticemos. Ocurre, precisamente todo lo
324
+ contrario. La experiencia y los años nos aferran a determinadas ideas y
325
+ dan consistencia definitiva a ciertos sentimientos.
326
+
327
+ Pero dejemos los demás fanatismos para ocuparnos del fanatismo amoroso,
328
+ de ese sentimiento de exaltada firmeza, de perennidad indestructible,
329
+ que nos lleva a entregar a otro corazón el reinado sobre el nuestro.
330
+ ¿Cuándo se produce de modo integral, con las potencias todas de nuestro
331
+ querer, con la embriaguez absoluta de nuestro espíritu, esta adoración,
332
+ en que, usando la pompa verbal de Víctor Hugo, «el amor es la
333
+ concentración de todo el universo en un solo ser y la dilatación de este
334
+ solo ser hasta Dios»?
335
+
336
+ Porque es menester no confundir el amor con su apariencia. Al saltar de
337
+ la niñez a la pubertad, le ocurre a la mujer lo que a la mariposa al
338
+ salir de su estado de crisálida. Sus primeros vuelos son inciertos,
339
+ aturdidos, inseguros. Las alas son tiernas, débiles, y no han adquirido
340
+ aún el sentido de orientación. Y lo mismo para volar que para amar es
341
+ requisito indispensable cierto grado de robustez en las alas.
342
+
343
+ El origen de nuestras desventuras en la vida está en que la sensibilidad
344
+ es más precoz que el entendimiento. Lo que más falta nos hace es
345
+ precisamente lo último en formarse. La mente es impotente para regir la
346
+ confusión tumultuaria de nuestras primeras emociones en su incierto y
347
+ atorbellinado vuelo. Y así venimos a ser juguetes, como barquichuelo sin
348
+ gobierno, del oleaje de nuestras sensaciones. El naufragar o arribar a
349
+ buen puerto depende entonces, no de la seguridad de nuestra brújula,
350
+ sino del hado favorable o adverso, independiente de nuestra voluntad y
351
+ de nuestra orientación reflexiva.
352
+
353
+ A los diez y ocho o veinte años la mujer se impresiona fácilmente. Pero
354
+ esta impresión suele ser fugaz, versátil, inconsciente. El error está en
355
+ tomarla por definitiva, esclavizándose a una emoción pasajera. El
356
+ acierto electivo en este caso está librado al azar, a que la casualidad
357
+ haya determinado que ésta primera emoción nos haya sido provocada por
358
+ persona que realmente lo merezca. Y la elección de marido, como la
359
+ elección de esposa, no debe ser una lotería. «Saqué novio de tal baile»
360
+ es una frase corriente entre las muchachas. No, no; no hay que sacarse
361
+ el novio de una vuelta de vals, sino de muchas vueltas del
362
+ entendimiento; que el discurrir bien no excluye el sentir profundamente.
363
+ Son los poetas los que han dicho que el órgano del amor es el corazón.
364
+ Pero los poetas han llenado el mundo de bellas mentiras, sonoras
365
+ metáforas, falsas imágenes y seductoras demencias. El origen del amor y
366
+ de todas nuestras emociones está en la mente. Ella es el divino crisol
367
+ en que se fraguan todas las formas de nuestro sentir. El corazón es como
368
+ la rueda catalina de un reloj, que no tiene, por sí, conciencia de su
369
+ propio movimiento. De la idea, de nuestra representación mental sobre
370
+ otra persona, surgen la adhesión y el amor hacia ella. Entonces es
371
+ importantísimo que esta idea, punto de arranque de la emoción, sea
372
+ acertada, no ligera ni superficial; pues sobre pobres, falsos o frágiles
373
+ cimientos, mal se sostendrán las torres y chapiteles de nuestros
374
+ ensueños.
375
+
376
+ La elección debe fundarse en múltiples y atentas observaciones del
377
+ sujeto, en el análisis de sus prendas morales, en la índole de su
378
+ carácter, en lo que es ahora (punto de relativa importancia), y en lo
379
+ que puede ser luego (asunto de capitalísima trascendencia). El
380
+ sentimiento amoroso asciende y desciende con el conocimiento. Imaginar
381
+ no es lo mismo que conocer, y el amor suele confundir estos dos valores
382
+ mentales. Con la imaginación creamos sujetos propios, modelos que nada
383
+ tienen que ver con la realidad ya creada. «Mi tipo» suele diferir del
384
+ tipo, que tiene su propia alma, su carácter propio y sus propias mañas;
385
+ alma, mañas y carácter que no corresponden al bello sujeto fraguado por
386
+ nuestra fantasía en complicidad con los errores de percepción de
387
+ nuestros sentidos. No quiere esto decir que el amor ha de estar exento
388
+ de imaginación y de fantasía. Una criatura sin imaginación es como una
389
+ tierra sin sol. Pero siempre conviene que la imaginación inicie su vuelo
390
+ desde la cúspide del conocimiento y no desde los abismos de la
391
+ ignorancia. Las alas parten más raudas y seguras a hender los espacios
392
+ cuanto más alta y sólida sea la atalaya de observación desde la cual se
393
+ lanzan a volar.
394
+
395
+ A la edad de diez y ocho o veinte años la mujer carece de aptitudes
396
+ analíticas y de observación. El mundo es para ella una maravilla
397
+ deslumbrante, en cuya presencia el optimismo toma formas de ceguera. Y
398
+ el amor tiene mayores garantías de éxito cuando emplea los cien ojos de
399
+ Argos que cuando elige cubierto con la venda de Cupido. El amigo Cupido
400
+ y su venda constituyen un símbolo que no resiste el menor análisis. Los
401
+ símbolos de los griegos, siempre graciosos, no siempre son razonables.
402
+
403
+ Bella es en el cielo la hora del alba. Bellísima es en el alma la aurora
404
+ del amor. Pero la hora de la poesía fascinadora no es la hora en que se
405
+ ve con mayor claridad. Según el adagio vulgar, de noche todos los gatos
406
+ son pardos. Entre dos luces todos los gatos son azules, que es el color
407
+ de la ilusión. Acriollando el adagio, bueno será añadir que conviene
408
+ huir de los «gatos» a toda hora, de noche, de día y entre dos luces.
409
+
410
+ La mujer, al empezar a vivir, al iniciarse en la sociedad, más que
411
+ enamorarse, lo que desea es enamorar. La mayor ambición de una señorita
412
+ consiste en inspirar amor. No se resigna a pasar inadvertida. De ahí que
413
+ trate más de ser ella interesante que de ver quién podría ser
414
+ interesante para ella. He ahí un egoísmo que, profundamente analizado,
415
+ resulta una generosidad. Pero este punto exigiría, para ser bien
416
+ explicado, un tomo de psicología femenina.
417
+
418
+ Una mujer sólo a los 25 años se halla en aptitud mental y espiritual
419
+ para elegir o aceptar esposo--porque no siempre se puede elegir. Sólo
420
+ después de diez años de frecuentar salones y alternar en el mundo se
421
+ adquiere cierta experiencia para resolver el gran problema con alguna
422
+ probabilidad de acierto. Antes de esa edad corremos el riesgo de
423
+ dejarnos llevar de impresiones fugaces y transitorias. A los 25 años
424
+ nuestro espíritu ha logrado ya cierto grado de serenidad y nuestros
425
+ sentidos una dulce calma que no conturba nuestros juicios. Antes, todo
426
+ es emoción indisciplinada, torbellino de sensaciones, exaltación sin
427
+ fundamento, inconsciencia, capricho, delirio. El discernimiento sólo se
428
+ alcanza con los años. Y aun es problemático, pues según un ironista
429
+ francés «la mujer sólo se equivoca cuando reflexiona». La frase, aguda y
430
+ ligera, no convencerá a ninguna de mis lectoras. Podríamos devolverla al
431
+ ironista diciendo: «los hombres sólo aciertan cuando se enloquecen».
432
+
433
+ Así, pues, amigas mías, antes de casarse conviene haber bailado mucho,
434
+ haber conversado mucho y haber «flirteado» algo--no mucho,--haciendo
435
+ todo esto con espíritu observador e informativo, con intención fiscal, a
436
+ fin de descubrir en los sujetos aquellas cualidades, dones y tendencias
437
+ que más se aproximen a nuestro ideal. Al matrimonio se debe llegar con
438
+ el sujeto ya bien conocido; no con una máscara. Asimismo, nunca es
439
+ completo este conocimiento, ya que el matrimonio no es, en el fondo,
440
+ sino un lento y contínuo desenmascaramiento que sólo se hace total con
441
+ el último abrazo en la hora de la muerte.
442
+
443
+ Conviene también llegar al matrimonio con una ligera fatiga del mundo y
444
+ de sus pompas y vanidades. Así encontraremos el hogar propio más
445
+ agradable que los salones y las tertulias. Fidias, que además de un
446
+ escultor excelso, era un espíritu filosófico, hizo una vez la estatua de
447
+ Venus sobre una tortuga, queriendo indicar a las mujeres de su pueblo
448
+ que debían ser lentas para salir de casa. No proclamo con esto el
449
+ cenobio, el enclaustramiento; pero sí cierto recogimiento que sólo se
450
+ acepta con gusto cuando conocemos bien la sociedad y todo el tejido de
451
+ menudas pasiones que en ella bullen y se agitan.
452
+
453
+ Yo me casé a los 25 años. Antes de conocer a mi marido, aficionado, como
454
+ sabéis, a la historia natural y, particularmente, a la especialidad de
455
+ las aves noctívagas pamperas, experimenté muchas impresiones en nuestro
456
+ gran mundo. Varias veces sentí un principio de amor, un interés
457
+ repentino, una relampagueante emoción; pero luego aplicaba serenamente
458
+ mi juicio a los fundamentos de toda pasión incipiente, hasta que lograba
459
+ disiparla. Es axiomático que las mujeres desconfían de los hombres en
460
+ general y confían en ellos en particular. Esto es un poco inexplicable,
461
+ pero es así. Yo procuré siempre hacer lo contrario. A cada caso
462
+ particular apliqué una saludable desconfianza. Por último me enamoré de
463
+ veras, con la reflexión y con el sentimiento. La reflexión me decía que
464
+ mi naturalista era bueno, leal, culto, tierno, muy hombre además para
465
+ luchar en la vida. Y a compás de estas ideas el sentimiento se encendía
466
+ en amor. Pero antes de decir «sí» bailamos mucho, conversamos mucho, y
467
+ yo, por mi parte, traté de verle el alma a la luz de un constante
468
+ análisis. Y cuando vi que era buena y alta y digna y hermosa le di el
469
+ más absoluto imperio sobre la mía. Sobre mi persona tenía él también su
470
+ concepto. Y ahora y por siempre mi amor me lleva a ser como él me
471
+ imagina, que es el amor perfecto. Y siendo como él quiere, soy como yo
472
+ quiero, y cuanto más le gusto más me gusto.
473
+
474
+ Y así el esquife de nuestro amor marcha por el piélago de la vida,
475
+ seguro de que nunca zozobrará...
476
+
477
+
478
+
479
+
480
+ EL NO DE LAS NIÑAS
481
+
482
+
483
+ Facilísimo es dar el «sí»--«el sí de las niñas»--como reza el título de
484
+ la ingenua y cursililla comedia de Moratín, que hizo las delicias de
485
+ nuestras abuelas. El «sí», a una proposición de matrimonio, cuando el
486
+ proponente nos agrada, brota espontáneo, casi sin palabras; lo damos con
487
+ los ojos, con el movimiento balbuciente de nuestros labios, oprimiendo
488
+ con el nuestro el brazo del cual vamos asidas en el baile. Esta última
489
+ actitud, oprimir el brazo, asirnos a él, suele ser la más corriente como
490
+ reveladora de nuestro gozoso asentimiento. La que para dar el «sí»
491
+ emplea mucha retórica, muchos requilorios, circunloquios y rodeos,
492
+ mucha charla alambicada y sutil, es que en realidad no está
493
+ verdaderamente enamorada. Acepta por causas ajenas al amor; porque es
494
+ buen partido, porque quiere emparentar bien, etc., etc. El amor, como
495
+ toda pasión vehemente--y es el amor la más vehemente de todas--es
496
+ conciso en su expresión, monosilábico, casi mudo. La palabra muere en el
497
+ nudo que la emoción forma en la garganta. Todas esas escenas de comedia,
498
+ en prosa y verso; todas las páginas amorosas de las novelas, en que
499
+ salen a relucir las flores, los arroyuelos, las estrellas, la luna, los
500
+ ángeles y los serafines, todo, absolutamente todo eso, es mentira,
501
+ completamente mentira. El amor, el verdadero amor, no halla palabras, no
502
+ encuentra léxico para expresarse. Por eso el baile es su mejor auxiliar,
503
+ pues el abrazo--el abrazo danzando, perfectamente admitido--nos ahorra
504
+ el estudio del diccionario para dar con los términos académicos
505
+ apropiados al caso. El concurso, la gente de un salón, que ve bailar, no
506
+ advierte que cierta pareja abrazada y danzante da a su abrazo, en un
507
+ momento determinado, un sentido trascendental, de unidad de vidas, de
508
+ fusión de espíritus, de enlace de corazones. Yo dí el «sí» así,
509
+ bailando; pero lo dí sin palabras. De pronto, preguntó él: «Bueno,
510
+ ¿y?...» porque él también, como buen enamorado, era monosilábico, casi
511
+ mudo. Mi respuesta fué oprimirle el brazo, latir como nunca he latido y
512
+ mostrarle mis ojos húmedos. Y el hombre arrancó a valsar con tal furia
513
+ que parecía movido por todo el carbón que emplea ahora la escuadra
514
+ inglesa en el bloqueo. Nos asimos un poco más, porque el baile lo
515
+ exigía. Bueno, amigas mías, entonces supe que es posible no morirse de
516
+ felicidad. ¡ Ay, Dios mío, qué recuerdos!...
517
+
518
+ Quedamos, pues, en que dar el «sí» es facilísimo; sale solo; se revela
519
+ en la emoción que nos embarga; por muy quedo que se diga, lo expresa muy
520
+ alto el estado de nuestro ánimo. Lo difícil, lo árduo, es decir «no»,
521
+ negarse a la relación solicitada. En esta ocasión es cuando ha de
522
+ revelarse la educación de la mujer, su finura espiritual, los recursos
523
+ de su ingenio.
524
+
525
+ El «no» de las niñas requiere, no una comedia como el «sí» de las niñas,
526
+ sino todo un tratado de psicología femenina. Pero hemos de contraernos a
527
+ un ligero prontuario sobre la materia. Generalmente, la mujer llega al
528
+ difícil trance de tener que decir «no» por culpa de ella misma. Porque
529
+ es ella la que alienta las primeras insinuaciones del hombre, aunque su
530
+ corazón no esté interesado; unas veces por demostrar a las demás que
531
+ tiene pretendiente; otras veces por dar celos con el incauto al que
532
+ verdaderamente ella quiere; no pocas veces también por divertirse, por
533
+ coquetería, o por curiosidad. El amor propio adopta muchas veces el
534
+ disfraz del amor por pura satisfacción de orgullo. Y esto lleva a muchas
535
+ señoritas a admitir y hasta a estimular las insinuaciones del hombre,
536
+ que toma por sentimiento real los fingimientos de que es víctima en
537
+ forma de sonrisas prometedoras, de miradas simulando aquiescencia, de
538
+ gestos y signos, en fin, que expresan lo contrario del verdadero
539
+ propósito. Este juego es peligroso y, desde luego, condenable. Cuando un
540
+ hombre inteligente aventura una declaración es porque le anima a ello el
541
+ presentimiento de que será aceptado, presentimiento fundado en ciertos
542
+ indicios de que es persona grata, como se dice en términos de
543
+ diplomacia. Sugerir este presentimiento a un hombre, inducirle en este
544
+ error, significa en la mujer sentimientos aviesos, una travesura de mal
545
+ gusto, pues no se debe jugar con el corazón ni con las ilusiones de
546
+ ningún hombre, cuyo porvenir espiritual, en el resto de su vida, acaso
547
+ dependa de esta burla de la mujer. Porque deplorable es para un hombre
548
+ que ama profundamente no verse amado por aquella a quien ama. Pero aun
549
+ es mucho peor hacer escarnio de su afecto, induciéndole en el error de
550
+ ser amado sin serlo; pues, en este caso la herida es doble, en el amor y
551
+ en el amor propio. Y las heridas de amor propio son aún más difíciles de
552
+ curar que las heridas de amor. El hombre que nos insinúa su afecto, que
553
+ cifra la razón de su vida en la correspondencia de nuestro corazón al
554
+ suyo, merece por ello mismo nuestra atenta simpatía, pues siempre es
555
+ conmovedor para una mujer producir en un hombre esta exaltación
556
+ sentimental. Si no nos gusta o no nos conviene--desde luego no nos
557
+ conviene si no nos gusta--debemos hacérselo notar desde el principio con
558
+ palabras cordiales y cariñosas con cultura exquisita, sin deprimirle en
559
+ forma alguna, poniendo disculpas que lo eleven a sus propios ojos y
560
+ mezclando así la desesperanza o desengaño con el consuelo. Probablemente
561
+ esta conducta de la mujer, por lo mismo que es una conducta noble,
562
+ bondadosa, espiritual, exaltará más el amor del hombre, le hará más
563
+ profundo y entrañable, desolará más su alma; pero no tendrá derecho a
564
+ sentirse herido en su amor propio con burlas imperdonables. Jamás, en
565
+ fin, se debe alentar una pasión que no se tiene el propósito de
566
+ corresponder. De todas las coqueterías ésta es la más condenable, porque
567
+ implica la intención de hacer sufrir, empeño que delata poca reflexión y
568
+ una torcida contextura ingénita de nuestro espíritu.
569
+
570
+ Ya se ve, pues, cómo el «no» es más difícil que el «sí» de las niñas. Y
571
+ esta dificultad aumenta, según va dicho, cuando con nuestra frivolidad y
572
+ nuestras vanidades hemos inducido en error al pretendiente. En tal caso,
573
+ el trance, desagradable siempre, de decir «no» claramente ha sido
574
+ buscado por nosotras mismas. En realidad es una conducta que tiene algo
575
+ de engaño, ya que condujimos nuestro trato con él en forma que supusiera
576
+ una posibilidad de aceptación, con la reserva mental de una negativa al
577
+ plantearnos la petición de mano. Lo noble, lo generoso, lo leal, es
578
+ atajar discretamente desde el comienzo las insinuaciones, a fin de que
579
+ nunca pueda creerse engañado en sus observaciones respecto al estado
580
+ efectivo de nuestro espíritu y de nuestra voluntad.
581
+
582
+ Pero la especie masculina es muy variada. Hay hombres un poco cegatos en
583
+ materia de psicología femenina, para los cuales no basta que la mujer
584
+ rehuya con discreción sus insinuaciones. Su falta de percepción es
585
+ disculpable y justifica el empecinamiento. En este caso se impone el
586
+ «no» desde el primer instante, pues al que no entiende de razones con
587
+ los ojos, necesario es hacer que las entienda por medio de los oídos.
588
+ Siempre, claro está, usando palabras corteses; nada de desaires, nada de
589
+ enojos, nada de sentirse molestada por la pertinacia, pues el ciego no
590
+ es responsable de no ver, y hasta merece simpatía cuando observamos que
591
+ la causa de su ceguera está en que el foco del corazón le ofusca la
592
+ vista de los ojos. ¿No merece un poco de piedad un ciego tan sublime?
593
+ Hay otros que llamaremos «intrépidos», muy expeditivos en sus
594
+ procedimientos, que quieren llevar las cosas a paso de carga, hombres
595
+ impacientes, exaltados, audaces, de sensibilidad tormentosa y hasta
596
+ huracanada. El «no» a un hombre así ha de ser gradual, no repentino, no
597
+ brusco, pues nuestra negativa seca y rápida pudiera llevarlo a la
598
+ exasperación y hasta ser causa del encarecimiento del plomo troquelado.
599
+ Existe el hombre que presume de irresistible, el que tiene de sí mismo
600
+ un concepto tan optimista que no admite haya mujer que renuncie a la
601
+ gloria de unirse a él. La vanidad es un lente que aumenta las cosas más
602
+ pequeñas. Con éste conviene envolver el «no» en un ligero «titeo»
603
+ educador. Se le hace con ello un servicio, induciéndole a moderar el
604
+ concepto fantástico fraguado por su insensatez. Hay el hombre que se las
605
+ da de zahorí, de sagaz y penetrante para descubrir los sentimientos de
606
+ la mujer. Suele, en su presunción de psicólogo, hacer análisis que no
607
+ están en la persona analizada, sino en él mismo. Ha leído algunas
608
+ novelas modernas, probablemente de Bourget, que se ha ocupado mucho de
609
+ psicología femenina, con sutilezas generalmente exentas de verdad y de
610
+ sencillez. Con este pretendiente, que es un vanidoso cerebral, se debe
611
+ emplear un «no» oscuro, nebuloso, para aumentar el mar de sus propias
612
+ confusiones. Detesto los noveleros, los hombres que carecen de
613
+ naturalidad. Son, además, peligrosos, porque siempre andan a caza de
614
+ complejidades sentimentales. Hay el hombre que cifra todo su éxito en el
615
+ apellido heredado y cree que su nombre procérico basta para lograr la
616
+ más apetecible conquista. Con éste el «no» tiene que ser histórico. La
617
+ mujer debe decirle, siempre de una manera muy fina, que hubiera
618
+ preferido a su antepasado. Los hombres que valen no son los que heredan
619
+ un apellido histórico, sino los que, llevando uno desconocido, logran
620
+ meterle en la historia.
621
+
622
+ ¿Para qué seguir presentando más casos? La variedad es tan grande que no
623
+ acabaríamos nunca. Baste decir que cada uno de ellos requiere una
624
+ negativa especial, ajustada a las circunstancias y al tipo moral y
625
+ espiritual del pretendiente. Y con esto queda demostrado que el «no» es
626
+ mucho más difícil que el «sí» de las niñas...
627
+
628
+
629
+
630
+
631
+ EL GANCHO
632
+
633
+
634
+ Son muchas las personas aficionadas a intervenir en el arreglo y
635
+ combinación de las bodas. En lenguaje clásico se les llama casamenteras
636
+ y han servido muchas veces de tópico a la musa irónica de los escritores
637
+ festivos. Este entrometimiento tiene también un calificativo popular:
638
+ «hacer el gancho» o «servir de gancho» para que una pareja determinada
639
+ concierte su unión. Por regla general es más frecuente la tendencia
640
+ casamentera entre las señoras que entre los hombres. Este género de
641
+ intervenciones se aviene mejor con el espíritu de la mujer. El hombre
642
+ siente siempre cierto reparo, cierto rubor, en mezclarse en estas
643
+ negociaciones que requieren las delicadezas y sutiles arbitrios de las
644
+ damas. Al hombre le parecen, en fin, afeminadas estas gestiones, y aún
645
+ cuando él mismo las necesite alguna vez, preferirá recurrir al auxilio
646
+ de una dama antes que al apoyo de otro hombre.
647
+
648
+ Han existido y existen, sin embargo, hombres casamenteros que lograron
649
+ por ello la cúspide de la gloria y de la proceridad. Hay «ganchos» que
650
+ han pasado a la historia. En todas las bodas reales ha intervenido el
651
+ «gancho» diplomático. Los cancilleres de las cortes europeas hicieron,
652
+ en el transcurso de los siglos, «ganchos» memorables. Metternich y
653
+ Talleyrand, por ejemplo, debieron sus mejores éxitos políticos a este
654
+ género de tramitaciones, manteniendo el equilibrio continental, en unos
655
+ casos, y concertando la paz, en otros, por medio de su «gancho» para
656
+ unir princesas y reyes. Las muchedumbres dejaron de matarse y colgaron
657
+ las armas gracias a la feliz gestión casamentera de un canciller, que
658
+ resolvió una vasta y pavorosa tragedia tramando una boda oportuna que
659
+ acabó con el rencor de dos monarquías y de sus leales súbditos. Estos
660
+ «ganchos» trascendentales merecieron la admiración y el aplauso de los
661
+ pueblos, que siguen venerando la memoria de aquellos insignes
662
+ diplomáticos.
663
+
664
+ El «gancho», tiene, pues, glorioso abolengo histórico, y no debe
665
+ desdeñarse mi entrometimiento que ocupa tantas y tan sublimes páginas en
666
+ los anales de la humanidad.
667
+
668
+ Pero descendiendo de la historia a la vida corriente, mortal y vulgar,
669
+ discurramos un poco, aunque sea muy someramente, sobre la intromisión
670
+ casamentera. Bien está ella cuando se pide, cuando, a fin de allanar
671
+ algunos obstáculos, se solicita el patrocinio de una dama para que venza
672
+ las resistencias que se oponen al anhelo del pretendiente. El aunar las
673
+ voluntades familiares, cuando ya los novios están de acuerdo, es obra
674
+ buena y simpática, pues tiende a proteger un amor concertado.
675
+
676
+ Pero la verdadera casamentera no es la que ejerce este género de
677
+ gestiones pedidas, sino aquella que, sin pedírselo nadie, se pone a
678
+ concertar bodas y a tramar enlaces, usurpando su papel al azar o a los
679
+ designios providenciales que rigen el nacimiento del amor en nuestro
680
+ espíritu. Porque el amor, como el rayo, surge de una manera instantánea
681
+ y fulminante, cuando menos lo pensamos. En esta rapidez y en este fulgor
682
+ de relámpago estriba precisamente el peligro por lo que toca a la
683
+ duración, pues es difícil mantener la vida en tan fulmínea tensión
684
+ espiritual. Por esto en otra crónica hemos defendido las ventajas del
685
+ rescoldo sobre la llama, o sea del cariño sobre el amor.
686
+
687
+ La psicología de la casamentera es, en el fondo, sencilla. Su norma es
688
+ la bondad. La idea de la felicidad ajena guía su intervención. La
689
+ casamentera armoniza a su gusto cualidades, tendencias, fortunas,
690
+ representación social, etc. «A Fulano le conviene Fulana». «A Fulana le
691
+ conviene Fulano». Ella, la casamentera, concierta lo que podríamos
692
+ llamar condiciones externas Combina matrimonios en frío, como un
693
+ matemático resuelve una ecuación. No tiene en cuenta el estado
694
+ espiritual de los seres que trata de unir, si hay o no correspondencia
695
+ entre sus almas, si existe o no existe afinidad, si los corazones laten
696
+ a compás y hay entre ellos mutua resonancia. El amor, en una palabra,
697
+ nunca es tenido en cuenta por la casamentera. A su juicio, siendo
698
+ armónicas las circunstancias--armónicas a su parecer--el amor tiene que
699
+ producirse. Todo el error de la casamentera deriva de creer que el amor
700
+ surge de la conveniencia y no al contrario, la conveniencia del amor,
701
+ porque, donde no hay amor, todo es inconveniente.
702
+
703
+ Generalmente la casamentera no ha tenido grandes pasiones. Ignora las
704
+ tormentas del corazón. Las solteronas muy metidas en años, cuya juventud
705
+ no conoció el ardiente sabor de la vida, y las viudas que no quisieron
706
+ mucho a sus maridos, que se casaron por conveniencia, suelen ser las más
707
+ inclinadas a ejercer de casamenteras. Como no han usado su corazón,
708
+ desconocen en los demás la onda emocional que constituye la base de toda
709
+ relación amorosa.
710
+
711
+ Las casamenteras ponen mucho empeño y mucha tenacidad en sus empresas.
712
+ Se parecen en esto al diplomático que realiza un concierto
713
+ internacional. Aconsejan, señalan las ventajas de la unión, presentan
714
+ las dichas futuras, un porvenir venturoso; hacen grandes apologías de él
715
+ a ella y de ella a él, atribuyendo a una y otro virtudes sin cuento.
716
+ Comprometido su amor propio, la casamentera incurre en exageraciones
717
+ graciosas. Los ángeles son inferiores a la pareja que trata de unir. Y
718
+ se sorprende de que sus razonamientos no convenzan. No sabe que en
719
+ materia de amor, como ha dicho un glorioso padre de la Iglesia, el
720
+ corazón tiene sus razones que no conoce la razón.
721
+
722
+ La elección de consorte es el acto más íntimo, más importante, más
723
+ trascendental de nuestra vida. Debe ser también, por lo tanto, el más
724
+ autónomo, el más libre, el más exento de toda ajena influencia. No hay
725
+ error en una elección a gusto. Toda persona es feliz por tener lo que le
726
+ agrada, no por tener lo que los demás creen que es agradable. La
727
+ felicidad está en la libre elección, en unirnos al ser que la
728
+ Providencia pone en nuestro camino para que encienda en amor nuestro
729
+ espíritu y colme nuestras esperanzas. Lo razonable en amor es el ensueño
730
+ propio y no las lógicas combinaciones de una casamentera.
731
+
732
+ Lo primero que se debe considerar en todo consejo es la posición de
733
+ quien lo da. Un consejo no es eficaz ni sirve para nada si la persona
734
+ que lo ofrece no se coloca en las circunstancias de aquella otra que ha
735
+ de recibirlo. La casamentera nunca se percata de esta condición
736
+ indispensable en todo consejo. Y aun asimismo, aun colocándose en estas
737
+ circunstancias, es difícil el acierto, pues como dice Byron «rara vez
738
+ sucede que de un buen consejo resulte algo bueno».
739
+
740
+ En materia de amor lo principal es el amor, verdad harto inocente que
741
+ sólo desconoce la casamentera. Todo lo demás es circunstancial y
742
+ accesorio. Fortuna, belleza, equivalencia de posición social, todo es
743
+ inútil si falta lo esencial, la reciprocidad de un intenso afecto, la
744
+ afinidad de las almas, la adhesión recíproca de los corazones.
745
+
746
+ Pocas veces la casamentera opera sola, sino en combinación con otras,
747
+ aficionadas como ella a tramar enlaces y noviazgos. Para hacer el
748
+ «gancho» recurren a mil arbitrios delicados, procurando que la pareja se
749
+ hable y se trate, encontrándose de una manera «casual» en todas partes.
750
+ De estos encuentros nace a veces un principio de simpatía, que las
751
+ casamenteras fomentan con elogios hiperbólicos de la futura al futuro y
752
+ viceversa. Y justo es reconocer que algunas veces salen buenos
753
+ matrimonios de estas gestiones de las casamenteras. Pero también es
754
+ verdad que tales enlaces sólo pueden concertarse entre contrayentes que
755
+ no tengan un gusto muy personal y definido, una individualidad
756
+ espiritual muy pronunciada, un concepto propio de la vida. Las
757
+ casamenteras, en fin, sólo pueden lograr su objeto con personas de
758
+ voluntad blanda, mente vacía y espíritu sugestionable. Tales personas no
759
+ suelen ser las más desgraciadas; pues si bien la mente lúcida y el
760
+ espíritu rico en sensibilidad producen muchos goces, también acarrean
761
+ estas condiciones grandes tormentos y agobiadoras melancolías. La
762
+ mediocridad goza siempre el género de dicha que impera en el Limbo.
763
+
764
+ No es fácil hacer con discreción el «gancho». En realidad la
765
+ casamentera, como el poeta, nace, no se hace. Los procedimientos son
766
+ variadísimos, según las personas que se trate de unir, el medio social y
767
+ las circunstancias que las rodean. Empieza la casamentera por
768
+ convertirse en confidente de cada una de las personas que trata de
769
+ coyundar. A la muchacha le comunica todo lo bueno que el mozo diga de
770
+ ella, y aún aumenta algo de su propia cosecha; y al mozo todo lo mejor
771
+ que de él diga la señorita, y si no dice nada, la casamentera lo
772
+ inventa. Este intercambio de elogios, traídos y llevados incesantemente,
773
+ va haciendo paulatinamente su obra, predisponiendo los espíritus y
774
+ encauzándolos en una tibia atracción, cuya mayor temperatura sucesiva se
775
+ producirá con el trato y el trabajo continuo y vigilante del «gancho».
776
+ En el fondo la casamentera viene a ser, con sus repetidas ponderaciones
777
+ de él a ella y de ella a él, una chismosa del bien, si vale expresarse
778
+ así. Con relación a la galería, el procedimiento es más breve y
779
+ sencillo. La casamentera se limita a decir: «todo está arreglado». Se le
780
+ piden informes, detalles, y ella repite impertérrita: «le digo que está
781
+ arreglado todo». En el círculo va pasando la voz: «todo está arreglado».
782
+ Y aunque, en realidad, nada haya arreglado, acaba todo por arreglarse,
783
+ debido a esa suave presión del medio, a la atmósfera favorable, al
784
+ ambiente, digamos así, que todo el circulo de relaciones ha creado a la
785
+ boda. La casamentera ha sabido convertir a todo el círculo en
786
+ casamentero. La pareja se encuentra unida sin saber cómo, y aquella
787
+ opinión externa, tan unánime, tan complacida en su obra, tan convencida
788
+ de la feliz armonía existente en la unión fraguada, acaba por ejercer
789
+ una decisiva influencia en el espíritu de los futuros contrayentes, que
790
+ ven la intervención providencial, el destino, el hado, donde sólo hubo
791
+ el gancho mortal de la casamentera.
792
+
793
+ Una vez casada la pareja, la casamentera tiene en el hogar la autoridad
794
+ y el prestigio que le dan su gestión anterior. Arreglará las
795
+ desavenencias que ocurran, los disgustillos transitorios, las pequeñas
796
+ trifulcas domésticas. Juzgará sin apelación e impondrá la paz, porque
797
+ ambos cónyuges sienten por ella un respeto afectuoso. La casamentera
798
+ casi pertenece al nuevo hogar. De esta manera, si es soltera o viuda
799
+ solitaria, viene a tener una familia, un poco postiza, es verdad, pero
800
+ con todas las ventajas y ninguno de los inconvenientes de la verdadera.
801
+
802
+ ¿Salen bien los matrimonios formados así? Habría mucho que hablar sobre
803
+ este punto y no nos queda ya espacio para su desarrollo. Agregaremos,
804
+ pues, muy pocas palabras. La felicidad, según un filósofo francés, no se
805
+ conjuga en presente, sino en futuro imperfecto. La felicidad, como la
806
+ desgracia, se va haciendo, se va tramando en la convivencia, en la vida
807
+ íntima y constante. Y así, tanto peligro puede correr un matrimonio
808
+ formado por un amor enardecido y apasionado, como otro tibio, suave,
809
+ cordial, sosegado. Todo depende de la hondura con que luego, en la vida
810
+ diaria, eche sus raíces el cariño, porque es éste, el santo cariño,
811
+ lleno del sentimiento del deber y de una rígida y caballeresca lealtad a
812
+ la fe jurada, el que forma los sólidos vínculos de la vida matrimonial.
813
+ Y en último término, todas las circunstancias preliminares de un enlace
814
+ quedan olvidadas ante el aleteo de las nuevas vidas y el pío pío que
815
+ resuena en nuestro corazón.
816
+
817
+
818
+
819
+
820
+ LAS «PLANCHADORAS»
821
+
822
+
823
+ Comencemos por desvanecer el error en que el título de esta croniquilla
824
+ pudiera inducir al lector. No se refiere el epígrafe a la respetable
825
+ clase social que nos aliña las prendas internas, empleando ese producto
826
+ que es el signo externo de la civilización: el almidón. No creemos
827
+ habernos excedido al aplicar a las planchadoras el calificativo de
828
+ respetable clase social. Su misión no puede ser más importante. Gracias
829
+ a ellas se produce en la vida cierta nivelación. Al contrario de los
830
+ socialistas, que buscan la igualdad haciendo que desciendan las clases
831
+ altas, las planchadoras elevan a las bajas por medio del almidonado.
832
+ Colocado al alcance de todo el mundo, el almidón es un símbolo
833
+ igualitario por ministerio de las planchadoras.
834
+
835
+ Pero, como va insinuado, no nos referimos a estas planchadoras, sino a
836
+ las otras, a las señoritas que, en sentido figurado, se aplica este
837
+ mismo sustantivo, cuando en los bailes, fiestas y saraos, se ven
838
+ relegadas o poco atendidas por los caballeros.
839
+
840
+ Quedarse «planchando»... Nada aflige tanto a una muchacha, ni le da una
841
+ impresión más completa de su poquedad, de su insignificancia en el
842
+ mundo. Es un poco difícil determinar los orígenes y causas de esta
843
+ desventura. Por regla general, se debe a que la «planchadora» no ha sido
844
+ muy favorecida por la naturaleza. No pretendemos hacer ningún
845
+ descubrimiento que merezca integrar las páginas de un texto de
846
+ sociología, diciendo que suele haber más «planchadoras» entre las feas o
847
+ poco agraciadas que entre las bonitas. El imperio de la belleza no tiene
848
+ rebeldes. La fea, que «plancha» por serlo, tiene dos causas de
849
+ aflicción: la primera es una herida de amor propio al verse relegada; la
850
+ segunda envuelve una pesadumbre más profunda y definitiva. Expliquemos
851
+ su psicología. Ninguna persona, y menos aún una señorita, naturalmente
852
+ optimista, tiene una idea exacta de su fealdad. La naturaleza nunca es
853
+ cruel del todo. A cambio de los pocos encantos físicos que nos concedió,
854
+ suele otorgarnos un juicio favorable sobre nosotras mismas. Y así, aun
855
+ a despecho de las acusaciones matemáticas del espejo, nos vemos de otra
856
+ manera muy distinta en el cristal ilusorio de nuestro espíritu. Este
857
+ encantamiento o autosugestión desaparecen cuando el juicio ajeno se
858
+ pronuncia en forma de dejarnos «planchando». Todos nuestros optimismos
859
+ sobre nuestra propia figura se desvanecen ante aquel abandono que nos
860
+ sume en el más completo desaliento y en la más profunda de las
861
+ tristezas. En tal sentido, «planchar» equivale a morir; y no es
862
+ exagerada la afirmación, pues en realidad muere aquella favorable
863
+ representación interna que de nuestra propia figura teníamos. De estas
864
+ premisas exactas, nada cuesta deducir--y esto va para los hombres--que
865
+ es un acto criminal dejar «planchar» a una señorita. Así, pues, un
866
+ verdadero caballero, un espíritu culto, un hombre distinguido de frac
867
+ adentro debe ser siempre solícito y obsequioso con las señoritas poco
868
+ agraciadas, contribuyendo a mantener en ellas esa deleznable ilusión
869
+ sobre sus dones físicos. No confío mucho en ver seguido este piadoso
870
+ consejo, pues los hombres siempre fueron y serán humildes esclavos de la
871
+ belleza.
872
+
873
+ Pero no todas las feas «planchan». No pocas de ellas se ven tan
874
+ atendidas y solicitadas en los bailes como las más lindas. Una fea se
875
+ defiende de la «plancha» con dos recursos: bailando bien y teniendo
876
+ ingenio y espiritualidad. El bailar bien, con gracia y soltura, es ya
877
+ una forma de belleza física. Un cuerpo flexible, ágil, con movimientos
878
+ rítmicos y elegantes, hace olvidar las imperfecciones del rostro. Hay,
879
+ en fin, feas que tienen diablo, como dicen los franceses, o ángel, según
880
+ el dicho español. El diablo o el ángel es ese grado de seducción que
881
+ dimana de la simpatía, ese aire o nimbo de las figuras que es como el
882
+ aleteo externo del alma. La que tenga ingenio, inteligencia despierta,
883
+ tampoco «planchará». Una conversación amena, dotada de espíritu de
884
+ observación, pronta en sus dichos, ocurrente, estará siempre atendida y
885
+ se verá solicitada. Pero es necesario tener sentido de la medida, no
886
+ pasarse de lista, pues no gusta generalmente a los hombres verse
887
+ dominados intelectualmente por la mujer. De manera que se puede
888
+ «planchar» tanto por sobra como por ausencia de despejo.
889
+
890
+ Frecuentemente se ven también algunas muchachas bonitas que «planchan».
891
+ Son figuras de belleza inerte, como los angelones de retablo. La
892
+ hermosura sin gracia, decía Ninón, es como un anzuelo sin cebo. Su
893
+ espíritu apagado y su inteligencia opaca hacen que su compañía sea
894
+ aburrida y tediosa.
895
+
896
+ Las causas por las cuales se queda una «planchando» son muy variadas, y
897
+ es difícil señalarlas todas. Desde luego, muchas veces tiene la culpa la
898
+ dueña de casa donde se realiza el baile. La función de la dueña de casa
899
+ requiere una gran actividad diplomática, a fin de que todas las
900
+ señoritas que asisten a la fiesta sean atendidas y obsequiadas. En esto
901
+ ha de demostrar su habilidad, su fino tacto, sus recursos de dama de
902
+ mundo. El fracaso de una señorita en un baile recae siempre sobre la
903
+ dama que ofrece la fiesta. A este respecto contaré un triste episodio
904
+ ocurrido no hace muchos años a una amiga mía, perteneciente a una de
905
+ nuestras primeras familias. Mi amiga era linda, inteligente, discreta.
906
+ Invitada a un baile aristocrático, entró en el salón y se sentó.
907
+ Lanzáronse todas las parejas a bailar y ella se quedó sola. Su situación
908
+ no podía ser más violenta y desairada. Levantarse e irse, atravesando el
909
+ salón, le pareció un acto intempestivo; quedarse allí, sola y abandonada
910
+ en medio del baile, no era menos desagradable y molesto. Y en medio de
911
+ estas vacilaciones, agobiado su espíritu, rompió a llorar con la más
912
+ profunda aflicción. Acudieron a ella, vino la dueña de casa, la
913
+ preguntaron por la causa de su llanto, y respondió que se había puesto
914
+ enferma y que deseaba retirarse. Los concurrentes al baile, percatados
915
+ de la verdadera causa de aquellas amarguísimas lágrimas, hicieron
916
+ responsable del desaire a la dama que ofrecía la fiesta, la cual, a
917
+ partir de aquel momento, resultó triste, medio aguada y deslucida.
918
+ Nunca olvidaré el mal rato que sufrí ante la situación desairada e
919
+ inmerecida de mi amiga.
920
+
921
+ Una dueña de casa, discreta, inteligente, debe evitar estos percances.
922
+ Lo primero que ha de hacer es darse cuenta de la situación personal de
923
+ los concurrentes a la fiesta, de la relación entre jóvenes y señoritas,
924
+ de sus simpatías e inclinaciones, etc. Debe presentar a los que se
925
+ desconozcan, intervenir como lazo de relación, procurar, en una palabra,
926
+ crear un ambiente de familiaridad para que el sarao resulte agradable,
927
+ cordial y lucido. Y ha de prestar, sobre todo una atención vigilante y
928
+ solícita a las que ya tienen cierta reputación de «planchadoras», para
929
+ evitar que en su casa se vean en tan triste soledad. Al efecto, la dueña
930
+ de casa debe contar con un grupo de caballeros que sean amigos de
931
+ confianza, a los cuales pueda pedir el servicio de que bailen a las
932
+ «planchadoras». Pero en esto mismo no hay que abusar; no se debe endosar
933
+ al mismo caballero una «planchadora» toda la noche. Por eso conviene que
934
+ el círculo de amigos sea extenso, para repartir equitativamente la
935
+ carga. El mayor éxito, en fin, de la dueña de casa está en poner en
936
+ circulación danzante a las «planchadoras», procurando aliviar la
937
+ desventura de las proscriptas del baile.
938
+
939
+ La «planchadora» ignora siempre las causas de su triste condición. La
940
+ Providencia la libra de este aflictivo conocimiento. Y así, cuando por
941
+ bondad algún caballero la saca a bailar, se aferra a él, añadiendo a su
942
+ condición de «planchadora» la de pelma. Le ocurre lo contrario que a la
943
+ muy solicitada, la cual evita bailar muy seguido con el mismo caballero,
944
+ actitud que podría inducir a la concurrencia en el error de suponer un
945
+ principio de compromiso. La «planchadora», por el contrario, prefiere la
946
+ murmuración a la «plancha».
947
+
948
+ Alguna vez se «plancha» sin ser «planchadora»; un «planchado» fortuito,
949
+ casual, injustificado; porque, usando el lenguaje corriente, hay bailes
950
+ con suerte y bailes con desgracia. He aquí un fenómeno superior a
951
+ nuestra capacidad analítica. ¿Por qué en unos bailes tenemos éxito y en
952
+ otros no lo tenemos? Misterio. Quizá se deba a que la belleza de la
953
+ mujer tiene ascensos y descensos y momentos de plenitud. De todos modos,
954
+ voy a permitirme dar a las señoritas un consejo, fruto de mi
955
+ experiencia. La entrada en un baile tiene singular influencia para el
956
+ resto de la noche. Es necesario, como vulgarmente se dice, entrar con
957
+ buen pie. Al efecto, nunca se debe entrar sola en el salón. Ello es de
958
+ mal agüero. Conviene tener un amigo de confianza que nos acompañe al
959
+ hacer nuestra aparición en la tertulia o sarao, conduciéndonos desde el
960
+ «toilette», donde hemos dejado nuestro abrigo. Esto es de un efecto
961
+ seguro, pues sirve para demostrar que estamos solicitadas desde el
962
+ instante de nuestra llegada. Con este y otros pequeños y discretos
963
+ recursos nos iremos librando de la «plancha» en las noches de mala
964
+ fortuna.
965
+
966
+ No creo haber agotado este tema trascendental de las «planchadoras»,
967
+ cuya psicología es complejísima. Sólo he querido divagar un momento
968
+ sobre su evidente importancia e insinuar algunas advertencias útiles a
969
+ las dueñas de casa y a las mismas señoritas que no tienen la suerte de
970
+ atraer y sugestionar con el encanto de sus dones físicos y el hechizo de
971
+ sus donaires espirituales.