unsupervised-language-detection 0.0.1
Sign up to get free protection for your applications and to get access to all the features.
- data/Gemfile +4 -0
- data/README.md +28 -0
- data/Rakefile +2 -0
- data/datasets/gutenberg-test-du.txt +1224 -0
- data/datasets/gutenberg-test-en.txt +1130 -0
- data/datasets/gutenberg-test-sp.txt +1031 -0
- data/datasets/gutenberg-training-du.txt +1140 -0
- data/datasets/gutenberg-training-en.txt +2823 -0
- data/datasets/gutenberg-training-sp.txt +971 -0
- data/datasets/gutenberg-training.txt +3237 -0
- data/datasets/gutenberg-training_en_du.txt +3301 -0
- data/datasets/smiley_tweets_tiny.txt +1000 -0
- data/datasets/tweets_5000.txt +5000 -0
- data/language-detector-demo.rb +39 -0
- data/lib/unsupervised-language-detection.rb +8 -0
- data/lib/unsupervised-language-detection/english-tweet-detector.yaml +1658 -0
- data/lib/unsupervised-language-detection/language-detector.rb +68 -0
- data/lib/unsupervised-language-detection/naive-bayes-classifier.rb +102 -0
- data/lib/unsupervised-language-detection/train-english-tweet-detector.rb +11 -0
- data/lib/unsupervised-language-detection/version.rb +3 -0
- data/test/test_language_detector.rb +19 -0
- data/test/test_naive_bayes_classifier.rb +60 -0
- data/test/test_naive_bayes_em.rb +23 -0
- data/test/test_suite.rb +4 -0
- data/unsupervised-language-detection.gemspec +21 -0
- data/website/Gemfile +12 -0
- data/website/README.md +1 -0
- data/website/config.ru +2 -0
- data/website/detector.yaml +1658 -0
- data/website/detector2.yaml +1658 -0
- data/website/main.rb +46 -0
- data/website/public/jquery.inlineformlabels.js +53 -0
- data/website/public/main.css +23 -0
- data/website/views/index.haml +36 -0
- data/website/views/layout.haml +14 -0
- data/website/views/tweet.haml +3 -0
- metadata +106 -0
@@ -0,0 +1,971 @@
|
|
1
|
+
El interés que han despertado las amenas crónicas de "Marianela"
|
2
|
+
publicadas en la página femenina de "LA PRENSA" me ha inducido a
|
3
|
+
solicitar del Director del gran diario, Don Ezequiel P. Paz, el permiso
|
4
|
+
para editarlas.
|
5
|
+
|
6
|
+
La benevolencia gentil del señor Paz ha otorgado el consentimiento, y
|
7
|
+
hoy aparecen los chispeantes artículos de la distinguida escritora
|
8
|
+
compilados en este elegante volumen. Notorio es el éxito creciente que
|
9
|
+
han logrado estas crónicas; aparte su mérito literario, puesto de
|
10
|
+
relieve en un estilo fácil, terso y armonioso, contienen otra cualidad
|
11
|
+
más esencial aun, consistente en su sana orientación ética, en una
|
12
|
+
crítica, suavemente irónica, de nuestros hábitos y costumbres. Trátase,
|
13
|
+
en fin, de un libro interesante, ameno instructivo, en el cual, a la
|
14
|
+
belleza artística, se unen, en consorcio admirable, útiles normas de
|
15
|
+
conducta, expuestas con delicado humorismo y singular gracejo narrativo.
|
16
|
+
|
17
|
+
Pedro L. Balza
|
18
|
+
|
19
|
+
(Editor)
|
20
|
+
|
21
|
+
|
22
|
+
|
23
|
+
|
24
|
+
PRESENTACIÓN EN SOCIEDAD
|
25
|
+
|
26
|
+
|
27
|
+
Su presentación en sociedad es el primer episodio interesante en la vida
|
28
|
+
de la mujer. Ha terminado la infancia, que acaso sea lo mejor de la
|
29
|
+
existencia. La trasformación de la niñez en pubertad trae también un
|
30
|
+
cambio completo en la vida del espíritu.
|
31
|
+
|
32
|
+
La niña se ha convertido en señorita. Ya la muñeca ha quedado
|
33
|
+
abandonada. La mamá de la señorita, con dulce melancolía, la recoge y la
|
34
|
+
guarda en un mueble tradicional. La señorita no hace caso de su muñeca:
|
35
|
+
le parece un objeto antediluviano, pues aunque el tiempo pasado es poco,
|
36
|
+
la trasformación es tanta que todo lo de ayer ha adquirido carácter
|
37
|
+
remoto. Ya vendrá un día en que vuelva sus ojos, acaso tristes, acaso
|
38
|
+
llorosos, a la muñeca que alborozó sus horas infantiles. Pero ahora, no;
|
39
|
+
ahora ha quedado relegada a completo olvido. Porque la señorita se halla
|
40
|
+
trémula de emoción. Se va a presentar en sociedad; está por asomarse al
|
41
|
+
mundo. Y un tumulto de ideas, mejor dicho, de imaginaciones--porque,
|
42
|
+
propiamente ideas sobre el mundo, no tiene aun la señorita--asaltan su
|
43
|
+
mente en ligero torbellino, se agitan, bullen, vuelan y revuelan como
|
44
|
+
mariposas en torno del foco luminoso.
|
45
|
+
|
46
|
+
¿Cómo será el mundo? He ahí la preocupación de la señorita. Pero esta
|
47
|
+
preocupación está exenta de tristeza, de gravedad, de pesimismo. Porque,
|
48
|
+
en realidad, no se pregunta: «¿cómo será el mundo?», interrogación harto
|
49
|
+
filosófica para sus años y su inexperiencia. Lo que ella se pregunta es:
|
50
|
+
«¿cómo le pareceré yo al mundo?». Y a medida que se atavía y se adorna
|
51
|
+
y se embellece con los mil recursos que la moda inventa, piensa la
|
52
|
+
señorita, frente al espejo que refleja su figura de mujer en esbozo: «yo
|
53
|
+
creo que le voy a parecer bonita al mundo». Y esta idea optimista,
|
54
|
+
justificada desde luego, porque la señorita es linda, le produce una
|
55
|
+
alegría exultante, alborozada, llena de íntimo regocijo. En ese momento
|
56
|
+
del atavío, los detalles adquieren una importancia fundamental; el
|
57
|
+
gracioso lunar, el rizo juguetón, todo aquello que constituye su
|
58
|
+
personalidad, su diferenciación de las demás señoritas que también se
|
59
|
+
presentan en sociedad, adquieren un relieve preponderante y definitivo.
|
60
|
+
El lunarcillo y el ricito son invencibles; nada, nada, ¡invencibles!...
|
61
|
+
|
62
|
+
Una ligera inquietud invade el espíritu de mamá. Es necesario que la
|
63
|
+
presentación cause buen efecto. Está en ello comprometido el buen gusto
|
64
|
+
y el tino educador de mamá. La señora ha leído a Carmen Sylva, la buena
|
65
|
+
y discreta reina rumana, y repite a su hija estas palabras que pueden
|
66
|
+
servir de norma en una presentación en sociedad: «La tontería se coloca
|
67
|
+
siempre en primera fila para ser vista; la inteligencia se coloca detrás
|
68
|
+
para ver». Y luego agrega por cuenta propia: «discreción, hija mía,
|
69
|
+
compostura, sosiego; mide lo que dices; más vale que peques por
|
70
|
+
cortedad».
|
71
|
+
|
72
|
+
Papá también está un poco impresionado. Cree, como Terencio, que las
|
73
|
+
mujeres, igual que los niños, se corrigen con leves sentencias. Y apunta
|
74
|
+
algunas apropiadas al caso. «La señorita silenciosa parece mejor que la
|
75
|
+
locuaz». El discreto señor hace algunas observaciones filosóficas sobre
|
76
|
+
la coquetería. A su juicio la coquetería no tiene más fin que hacer
|
77
|
+
subir las acciones de la belleza. Pero el prudente papá advierte que es
|
78
|
+
necesario tener sentido de la medida; no hacerlas subir demasiado,
|
79
|
+
porque pueden caer de golpe una vez descubierto que se abusa del recurso
|
80
|
+
para hacerlas subir. Papá agrega otros razonamientos graves, discretos,
|
81
|
+
oportunos. «No hay que ser criticona», dice. Y volviéndose a la esposa,
|
82
|
+
agrega: «Según Schiller, la mujer tiene ojos de lince para ver los
|
83
|
+
defectos de las demás mujeres». Y luego agrega por cuenta propia: «Los
|
84
|
+
hombres nos enteramos de los defectos de una dama por otra dama; pero
|
85
|
+
adquirimos mala idea de quien nos suministra la información».
|
86
|
+
|
87
|
+
Ya la señorita está ataviada: un traje primoroso realza su figura:
|
88
|
+
primor sobre primor. «Está elegantísima», observa la señora al esposo.
|
89
|
+
«Sí, sí, dice éste, muy elegante, muy linda». Y recordando las palabras
|
90
|
+
de un pedagogo argentino agrega: «Pero hay que ser también «paqueta» por
|
91
|
+
dentro: que a la figura elegante no corresponda un espíritu deforme». La
|
92
|
+
señora confía en que la niña será siempre muy buena. «Es nuestra hija»,
|
93
|
+
termina. «Es verdad,--asiente el padre conmovido--; será buena, porque
|
94
|
+
es nuestra hija».
|
95
|
+
|
96
|
+
Entre observaciones, besos y mimos, la señorita, llena de alegría y de
|
97
|
+
ilusiones, se dispone a presentarse en sociedad.
|
98
|
+
|
99
|
+
|
100
|
+
|
101
|
+
|
102
|
+
EL MATRIMONIO
|
103
|
+
|
104
|
+
|
105
|
+
Se ha dicho muchas veces que el matrimonio es la tumba del amor. Por eso
|
106
|
+
sin duda los diversos poetas que han cantado la vida de Don Juan no
|
107
|
+
casan nunca a su héroe. No han querido someter a prueba su capacidad
|
108
|
+
amorosa ni la consistencia de su sentimiento.
|
109
|
+
|
110
|
+
Y es que Don Juan no es un verdadero enamorado. Balvo, un filósofo
|
111
|
+
modesto, pero muy discreto, destruye con cuatro palabras todas las
|
112
|
+
apologías rimadas que se han hecho de Don Juan: «quien ama a muchas, no
|
113
|
+
ama mucho; quien ama a menudo, no ama largo tiempo; quien ama con
|
114
|
+
variedad, no ama dignamente».
|
115
|
+
|
116
|
+
Entre los poetas y este modesto filósofo, la elección no es dudosa para
|
117
|
+
nosotras. La consistencia del amor se prueba en el matrimonio; sólo una
|
118
|
+
larga convivencia nos demostrará si el corazón está bien puesto, en
|
119
|
+
quicio permanente.
|
120
|
+
|
121
|
+
Por lo demás algo hay de cierto en eso de que el matrimonio es la tumba
|
122
|
+
del amor. No en balde la frase goza de tanta difusión en el mundo. Pero
|
123
|
+
es porque el amor, en su forma exaltada, sólo es, como dice Voltaire, un
|
124
|
+
cañamazo dado por la naturaleza y bordado por la imaginación. Ahora
|
125
|
+
bien: el cañamazo, la belleza física, no resiste la tiranía del tiempo
|
126
|
+
que imprime las tristes huellas de la decadencia; y la imaginación
|
127
|
+
bordadora también acaba por sosegarse y quedar sustituída por una dulce
|
128
|
+
y reflexiva calma.
|
129
|
+
|
130
|
+
Entonces el amor no tiene más que una salvación: el cariño. Los poetas,
|
131
|
+
que son los mayores perturbadores del mundo, siempre han desdeñado, por
|
132
|
+
subalterno, este sentimiento, que es mucho más fundamental y más sólido
|
133
|
+
que el amor. El amor es la llama; quizá no pase de una fogata fugaz; el
|
134
|
+
cariño es el rescoldo hecho de la buena y diaria lumbre del hogar, de la
|
135
|
+
mutua adhesión, del perdón mutuo, de la recíproca tolerancia, de los
|
136
|
+
comunes gozos y sufrimientos, de las alegrías conjuntas y de la fusión
|
137
|
+
de las lágrimas. El amor tiene un enemigo que le vence siempre: el
|
138
|
+
tedio. El cariño no tiene enemigo que le venza, porque está apoyado en
|
139
|
+
el sentimiento de convivencia. Vale más, mucho más, el calor del
|
140
|
+
rescoldo que el de la fogata. Cuando la fogata no se convierte en
|
141
|
+
rescoldo, sólo quedan de ella frías cenizas. Brasa y no pavesa ha de ser
|
142
|
+
lo que quede de la juvenil exaltación espiritual y del ardor de los
|
143
|
+
sentidos. «¡Te amo!». Es una frase de novela, excesiva, afectada. «Te
|
144
|
+
quiero», es una frase más sencilla, más grave, más profunda y más
|
145
|
+
humana. «¡Te amo!», dice Don Juan, que nunca fué un hombre honrado. «Te
|
146
|
+
quiero», dice el hombre de bien, que seguramente cumple lo que dice.
|
147
|
+
|
148
|
+
Saber convivir... He ahí el secreto del buen matrimonio. Dar normas
|
149
|
+
fijas es imposible, puesto que hay tanta variedad de caracteres y de
|
150
|
+
circunstancias cuantas parejas constituyen la organización monogámica
|
151
|
+
del mundo.
|
152
|
+
|
153
|
+
Desde luego la cualidad esencial de la mujer es la dulzura. La palabra
|
154
|
+
suave quebranta la ira. Una mujer colérica es el mayor tormento de un
|
155
|
+
hogar. A mí, personalmente, me produce la impresión de un canario
|
156
|
+
hidrófobo; algo, en fin, absurdo y horrible. Cuéntase que uno de los
|
157
|
+
siete sabios de Grecia (Solón, Bías, Tales, Anacarsis, Pitaco, Quilón,
|
158
|
+
Periandro, no se sabe cuál; lo mismo da, cualquiera....) tenía un
|
159
|
+
discípulo que estaba enamorado. El novio, lleno de entusiasmo, refería
|
160
|
+
al maestro las cualidades de su futura. «Es hermosa como el lucero de la
|
161
|
+
mañana»--decía el joven. El filósofo escribía: «cero».--«Es rica, como
|
162
|
+
la heredera de Creso»--añadía el doncel. El genio griego volvía a
|
163
|
+
escribir: «cero». (La dote, pensaría probablemente el filósofo, es la
|
164
|
+
gran virtud de los padres). El enamorado agregó: «Es inteligente». Y el
|
165
|
+
gran hombre puso otra vez: «cero».--«Es noble»--«Cero».--«Tiene muy
|
166
|
+
buena parentela».--«Cero».--«Buena educación».--«Cero». El enamorado
|
167
|
+
miraba atónito a su querido maestro. Por último le dijo: «tiene un
|
168
|
+
carácter dulce». Y entonces el sabio heleno, el más sabio de los siete
|
169
|
+
sabios, estampó la unidad a la izquierda de todos los ceros que había
|
170
|
+
ido poniendo, para demostrar que sólo así adquirían valor las demás
|
171
|
+
cualidades.
|
172
|
+
|
173
|
+
Todo es grato al lado de una mujer dulce: todo es amargo al lado de una
|
174
|
+
irascible. Seductora es la belleza, atrayentes la espiritualidad y el
|
175
|
+
donaire; pero es la dulzura la que más retiene al hombre. Y la felicidad
|
176
|
+
del matrimonio está en retenerse mutuamente. Palabras suaves, conceptos
|
177
|
+
delicados, ademanes tranquilos forman el mayor encanto de la mujer.
|
178
|
+
Madame Neker, cuyo ingenio lució tanto en los salones de Versalles, en
|
179
|
+
los momentos precursores de la Revolución, cuando todas las pasiones
|
180
|
+
estaban a punto de estallar, solía decir a sus amigas que las palabras
|
181
|
+
ofenden más que las acciones, el tono más que las palabras y el aire más
|
182
|
+
que el tono. La esposa del famoso hacendista hubiera podido dictar una
|
183
|
+
cátedra de psicología conyugal. Dulzura, suavidad, amigas mías. Los
|
184
|
+
hombres rompen los eslabones de una cadena de hierro; en cambio hallan
|
185
|
+
agradable la atadura si ella está formada por tenues hilos de seda. Sean
|
186
|
+
nuestras palabras como nuestros brazos en las horas de deliquio:
|
187
|
+
suaves, blandas, dóciles. Yo, como mujer, gusto mucho de oir hablar a
|
188
|
+
los maridos de sus respectivas esposas. Y he observado que cuando
|
189
|
+
elogian el ingenio, la gracia, la belleza, la elegancia o cualquier otra
|
190
|
+
cualidad física o moral, lo hacen sin mayor calor. En cambio, cuando
|
191
|
+
dicen: «mi mujer es una pastaflora», dan a su expresión un tono de
|
192
|
+
íntima ternura que revela cuánto impresiona a su espíritu esta cualidad
|
193
|
+
femenina.
|
194
|
+
|
195
|
+
La popular frase transcripta encierra las principales virtudes de la
|
196
|
+
mujer: la bondad, la resignación, el avenimiento a todas las
|
197
|
+
circunstancias, la tolerancia, la encantadora docilidad.
|
198
|
+
|
199
|
+
Defecto grave en la mujer es tener un espíritu contradictor, una
|
200
|
+
voluntad terne, un carácter terco. A la mujer no debe costarle ceder. La
|
201
|
+
testarudez es buena y honrosa en los generales que defienden un fortín.
|
202
|
+
Para la mujer, ceder es conseguir--siempre que el marido sea tierno,
|
203
|
+
delicado y comprensivo. Jamás la mujer--y esto es importantísimo--debe
|
204
|
+
herir al marido en aquello en que cifra su amor propio. Téngase en
|
205
|
+
cuenta que el amor propio es más fuerte que el amor; como que muchas
|
206
|
+
veces se ama por amor propio, más aun que por amor a la persona amada.
|
207
|
+
Cuidado, pues, mucho cuidado con herir el amor propio del marido. Yo (y
|
208
|
+
perdonen mis amigas que me ponga como ejemplo; lo haré pocas veces)
|
209
|
+
estoy casada con un estanciero, hombre bonísimo, inteligente, gentil,
|
210
|
+
cordial, que me quiere tanto, tanto... como yo a él, lo que equivale a
|
211
|
+
buscar términos de comparación con lo infinito. Pues bien, mi marido es
|
212
|
+
aficionado a la historia natural y presume de conocer como nadie (y
|
213
|
+
conoce, yo lo afirmo, porque le quiero mucho, y esta es una razón
|
214
|
+
definitiva) la fauna argentina y muy especialmente--aquí está su amor
|
215
|
+
propio--las aves noctívagas que vuelan por nuestros campos al morir el
|
216
|
+
día. Paseando a esa hora por la estancia, ha confundido alguna vez el
|
217
|
+
carancho con la lechuza; porque mi marido nunca tuvo buena vista,
|
218
|
+
excepto cuando me eligió a mí. Bueno; pues yo nunca le contradigo,
|
219
|
+
porque, además de herir su amor propio de entendido en aves noctívagas,
|
220
|
+
le molestaría mi advertencia, significándole que tiene malos ojos, y los
|
221
|
+
tiene hermosísimos, aunque ven poco. ¿Para qué contradecirle? ¿Para qué
|
222
|
+
herir su amor propio de naturalista? ¿Para qué recordarle que no ve
|
223
|
+
bien? ¿Qué más da que aquello que voló sea lechuza o sea carancho o sea
|
224
|
+
chimango? La cuestión es que él sea feliz creyéndose un excelente
|
225
|
+
naturalista, dotado de buenos ojos. Y si es feliz con mi asentimiento,
|
226
|
+
¿por qué negárselo? Alguna vez él mismo sale de su error, y entonces,
|
227
|
+
enternecido, paga con un beso mudo la intención de mi aquiescencia. Y
|
228
|
+
este beso de mi marido vale más, mucho más que toda la fauna, incluso la
|
229
|
+
humana, que puebla la tierra.
|
230
|
+
|
231
|
+
He contado esta nimiedad tan íntima, tan personal, a guisa de ejemplo,
|
232
|
+
para demostrar que no debe mantenerse contradicción en cosas sin
|
233
|
+
importancia. (Y no quiere esto decir que las aves noctívagas carezcan de
|
234
|
+
interés; lo tienen, y muy grande, desde que le interesan a mi marido).
|
235
|
+
Una herida de amor propio tarda mucho en curarse; quizá no cicatriza
|
236
|
+
bien nunca. Queda siempre un sordo resentimiento. Y el resentimiento--la
|
237
|
+
misma palabra lo dice--es el sentimiento más terne, más perenne, de más
|
238
|
+
triste duración.
|
239
|
+
|
240
|
+
La incompatibilidad de caracteres es lo más deplorables de la vida
|
241
|
+
conyugal. Y suele nacer de nimiedades, de intolerancias, de tozudeces
|
242
|
+
insustanciales. Una mujer díscola es inaguantable. Hay que ser como la
|
243
|
+
cera, dócil al moldeo, que al fin el moldeador suele adquirir el
|
244
|
+
carácter de lo moldeado. La vida es breve, y pasarla en disputa
|
245
|
+
constante equivale a cambiar la felicidad relativa por un potro de
|
246
|
+
tormento. Y nada resuelve el divorcio; porque, como ha dicho un
|
247
|
+
filósofo--claro que un filósofo feminista--el divorcio es la disolución
|
248
|
+
de una sociedad en que la mujer ha puesto su capital y el hombre
|
249
|
+
solamente el usufructo. ¿Y adónde va una sin capital? No hay que perder
|
250
|
+
el socio, sino avenirse con él, aunque la sociedad luche con algunos
|
251
|
+
tropiezos. Allanémoslos, en vez de aumentarlos; que al quitar los
|
252
|
+
nuestros, también él--si no es una mala persona--quitará los suyos,
|
253
|
+
despejando así el camino de la dicha. Vivir es ya un milagro; no depende
|
254
|
+
de nuestra voluntad, sino de la Providencia. Saber vivir depende de
|
255
|
+
nosotros mismos. No malogremos el don de la vida que Dios quiso
|
256
|
+
otorgarnos.
|
257
|
+
|
258
|
+
De las condiciones del hombre en el matrimonio no me atrevo a hablar.
|
259
|
+
Siento invencible timidez para tocar este punto, asaz complejo y
|
260
|
+
difícil. Los místicos, los santos, que todos fueron solteros, aceptando
|
261
|
+
todas las cruces, menos la del matrimonio--con lo cual su santidad
|
262
|
+
desmerece un poco por falta de sometimiento a prueba completa--decían
|
263
|
+
que al matrimonio, como a la muerte, es difícil llegar bien preparados.
|
264
|
+
No se enojarán los hombres, si apoyándonos en el testimonio de los
|
265
|
+
santos, decimos que la mujer llega al matrimonio en condiciones
|
266
|
+
espirituales superiores. Y así debe ser, porque para el hombre el
|
267
|
+
matrimonio es un accidente, mientras que para la mujer es el hecho
|
268
|
+
fundamental de su vida.
|
269
|
+
|
270
|
+
A pesar de mi temor para hablar de esta materia, me atrevo a insinuar
|
271
|
+
que entre los hombres dedicados a la vida intelectual, los mejor
|
272
|
+
dispuestos para el matrimonio son los políticos. El literato, el mismo
|
273
|
+
filósofo, el pintor, el músico, los artistas, en general, son
|
274
|
+
peligrosos, porque su arte y su filosofía están siempre en primer
|
275
|
+
término, antes que la mujer. Además, son un poco raros y no poco
|
276
|
+
arbitrarios. Y entre los políticos se debe preferir, no a los dogmáticos
|
277
|
+
empecinados, no a los caudillos exaltados, ni a los oradores famosos,
|
278
|
+
que son también, como los artistas, un poco peligrosos, sino a los que
|
279
|
+
tienen aptitudes gobernantes. La razón estriba en que, siendo el
|
280
|
+
gobierno del Estado una serie de concesiones, llegan bien dispuestos al
|
281
|
+
matrimonio, que es igualmente otra serie de concesiones.
|
282
|
+
|
283
|
+
Termino. Me he extendido demasiado. Pero téngase en cuenta que la
|
284
|
+
cuestión es ardua y llena todas las bibliotecas del universo, sin que se
|
285
|
+
haya resuelto satisfactoriamente. Sólo insistiré, para concluir, en que
|
286
|
+
el cariño vale más que el amor, porque es más sostenible, más durable,
|
287
|
+
más permanente. Lope de Vega, voto de calidad, pues fué un Don Juan
|
288
|
+
efectivo, lleno de devaneos y tormentosas pasiones, nos dice en unos
|
289
|
+
versos de su comedia «El mayor imposible», estas palabras razonables
|
290
|
+
sobre la exaltación amorosa:
|
291
|
+
|
292
|
+
«Que muchos que se han casado
|
293
|
+
Forzados de un amor loco,
|
294
|
+
Suelen después hallar poco,
|
295
|
+
De lo mucho que han pensado.»
|
296
|
+
|
297
|
+
¡Cariño, cariño, dulcísimo y solidísimo sentimiento! En tí reside la
|
298
|
+
dicha duradera. El cariño surge de convivir. El amor nace de no haber
|
299
|
+
convivido. Reflexionad sobre esto, amigas mías...
|
300
|
+
|
301
|
+
|
302
|
+
|
303
|
+
|
304
|
+
EL AMOR Y SU APARIENCIA
|
305
|
+
|
306
|
+
|
307
|
+
¿Cuál es en la mujer la verdadera edad del amor? Puntualicemos con más
|
308
|
+
precisión, pues la pregunta formulada es un poco vaga: ¿en qué edad se
|
309
|
+
halla la mujer en mejor disposición espiritual para enamorarse y, en
|
310
|
+
consecuencia, para unirse a un hombre, segura de que su sentimiento es
|
311
|
+
firme, permanente, fijo, como la estrella polar?
|
312
|
+
|
313
|
+
Un personaje novelesco de Anatole France (creo que es el bondadoso
|
314
|
+
filósofo señor Bergeret) dice que el amor es como la devoció; llega un
|
315
|
+
poco tarde: «no se es amorosa ni devota a los 20 años».
|
316
|
+
|
317
|
+
La observación es exacta. El amor, en realidad, es un fanatismo, una de
|
318
|
+
las tantas formas de la exaltación fanática. Ahora bien: para
|
319
|
+
fanatizarse es necesario que el espíritu esté formado y que nuestras
|
320
|
+
ideas estén muy hechas, muy elaboradas. Ni el tierno doncel, como si
|
321
|
+
dijéramos el cadete, ni la señorita, la niña, que acaba de asomarse al
|
322
|
+
mundo, tienen la aptitud del fanatismo. Es un error creer que los años y
|
323
|
+
la experiencia evitan que nos fanaticemos. Ocurre, precisamente todo lo
|
324
|
+
contrario. La experiencia y los años nos aferran a determinadas ideas y
|
325
|
+
dan consistencia definitiva a ciertos sentimientos.
|
326
|
+
|
327
|
+
Pero dejemos los demás fanatismos para ocuparnos del fanatismo amoroso,
|
328
|
+
de ese sentimiento de exaltada firmeza, de perennidad indestructible,
|
329
|
+
que nos lleva a entregar a otro corazón el reinado sobre el nuestro.
|
330
|
+
¿Cuándo se produce de modo integral, con las potencias todas de nuestro
|
331
|
+
querer, con la embriaguez absoluta de nuestro espíritu, esta adoración,
|
332
|
+
en que, usando la pompa verbal de Víctor Hugo, «el amor es la
|
333
|
+
concentración de todo el universo en un solo ser y la dilatación de este
|
334
|
+
solo ser hasta Dios»?
|
335
|
+
|
336
|
+
Porque es menester no confundir el amor con su apariencia. Al saltar de
|
337
|
+
la niñez a la pubertad, le ocurre a la mujer lo que a la mariposa al
|
338
|
+
salir de su estado de crisálida. Sus primeros vuelos son inciertos,
|
339
|
+
aturdidos, inseguros. Las alas son tiernas, débiles, y no han adquirido
|
340
|
+
aún el sentido de orientación. Y lo mismo para volar que para amar es
|
341
|
+
requisito indispensable cierto grado de robustez en las alas.
|
342
|
+
|
343
|
+
El origen de nuestras desventuras en la vida está en que la sensibilidad
|
344
|
+
es más precoz que el entendimiento. Lo que más falta nos hace es
|
345
|
+
precisamente lo último en formarse. La mente es impotente para regir la
|
346
|
+
confusión tumultuaria de nuestras primeras emociones en su incierto y
|
347
|
+
atorbellinado vuelo. Y así venimos a ser juguetes, como barquichuelo sin
|
348
|
+
gobierno, del oleaje de nuestras sensaciones. El naufragar o arribar a
|
349
|
+
buen puerto depende entonces, no de la seguridad de nuestra brújula,
|
350
|
+
sino del hado favorable o adverso, independiente de nuestra voluntad y
|
351
|
+
de nuestra orientación reflexiva.
|
352
|
+
|
353
|
+
A los diez y ocho o veinte años la mujer se impresiona fácilmente. Pero
|
354
|
+
esta impresión suele ser fugaz, versátil, inconsciente. El error está en
|
355
|
+
tomarla por definitiva, esclavizándose a una emoción pasajera. El
|
356
|
+
acierto electivo en este caso está librado al azar, a que la casualidad
|
357
|
+
haya determinado que ésta primera emoción nos haya sido provocada por
|
358
|
+
persona que realmente lo merezca. Y la elección de marido, como la
|
359
|
+
elección de esposa, no debe ser una lotería. «Saqué novio de tal baile»
|
360
|
+
es una frase corriente entre las muchachas. No, no; no hay que sacarse
|
361
|
+
el novio de una vuelta de vals, sino de muchas vueltas del
|
362
|
+
entendimiento; que el discurrir bien no excluye el sentir profundamente.
|
363
|
+
Son los poetas los que han dicho que el órgano del amor es el corazón.
|
364
|
+
Pero los poetas han llenado el mundo de bellas mentiras, sonoras
|
365
|
+
metáforas, falsas imágenes y seductoras demencias. El origen del amor y
|
366
|
+
de todas nuestras emociones está en la mente. Ella es el divino crisol
|
367
|
+
en que se fraguan todas las formas de nuestro sentir. El corazón es como
|
368
|
+
la rueda catalina de un reloj, que no tiene, por sí, conciencia de su
|
369
|
+
propio movimiento. De la idea, de nuestra representación mental sobre
|
370
|
+
otra persona, surgen la adhesión y el amor hacia ella. Entonces es
|
371
|
+
importantísimo que esta idea, punto de arranque de la emoción, sea
|
372
|
+
acertada, no ligera ni superficial; pues sobre pobres, falsos o frágiles
|
373
|
+
cimientos, mal se sostendrán las torres y chapiteles de nuestros
|
374
|
+
ensueños.
|
375
|
+
|
376
|
+
La elección debe fundarse en múltiples y atentas observaciones del
|
377
|
+
sujeto, en el análisis de sus prendas morales, en la índole de su
|
378
|
+
carácter, en lo que es ahora (punto de relativa importancia), y en lo
|
379
|
+
que puede ser luego (asunto de capitalísima trascendencia). El
|
380
|
+
sentimiento amoroso asciende y desciende con el conocimiento. Imaginar
|
381
|
+
no es lo mismo que conocer, y el amor suele confundir estos dos valores
|
382
|
+
mentales. Con la imaginación creamos sujetos propios, modelos que nada
|
383
|
+
tienen que ver con la realidad ya creada. «Mi tipo» suele diferir del
|
384
|
+
tipo, que tiene su propia alma, su carácter propio y sus propias mañas;
|
385
|
+
alma, mañas y carácter que no corresponden al bello sujeto fraguado por
|
386
|
+
nuestra fantasía en complicidad con los errores de percepción de
|
387
|
+
nuestros sentidos. No quiere esto decir que el amor ha de estar exento
|
388
|
+
de imaginación y de fantasía. Una criatura sin imaginación es como una
|
389
|
+
tierra sin sol. Pero siempre conviene que la imaginación inicie su vuelo
|
390
|
+
desde la cúspide del conocimiento y no desde los abismos de la
|
391
|
+
ignorancia. Las alas parten más raudas y seguras a hender los espacios
|
392
|
+
cuanto más alta y sólida sea la atalaya de observación desde la cual se
|
393
|
+
lanzan a volar.
|
394
|
+
|
395
|
+
A la edad de diez y ocho o veinte años la mujer carece de aptitudes
|
396
|
+
analíticas y de observación. El mundo es para ella una maravilla
|
397
|
+
deslumbrante, en cuya presencia el optimismo toma formas de ceguera. Y
|
398
|
+
el amor tiene mayores garantías de éxito cuando emplea los cien ojos de
|
399
|
+
Argos que cuando elige cubierto con la venda de Cupido. El amigo Cupido
|
400
|
+
y su venda constituyen un símbolo que no resiste el menor análisis. Los
|
401
|
+
símbolos de los griegos, siempre graciosos, no siempre son razonables.
|
402
|
+
|
403
|
+
Bella es en el cielo la hora del alba. Bellísima es en el alma la aurora
|
404
|
+
del amor. Pero la hora de la poesía fascinadora no es la hora en que se
|
405
|
+
ve con mayor claridad. Según el adagio vulgar, de noche todos los gatos
|
406
|
+
son pardos. Entre dos luces todos los gatos son azules, que es el color
|
407
|
+
de la ilusión. Acriollando el adagio, bueno será añadir que conviene
|
408
|
+
huir de los «gatos» a toda hora, de noche, de día y entre dos luces.
|
409
|
+
|
410
|
+
La mujer, al empezar a vivir, al iniciarse en la sociedad, más que
|
411
|
+
enamorarse, lo que desea es enamorar. La mayor ambición de una señorita
|
412
|
+
consiste en inspirar amor. No se resigna a pasar inadvertida. De ahí que
|
413
|
+
trate más de ser ella interesante que de ver quién podría ser
|
414
|
+
interesante para ella. He ahí un egoísmo que, profundamente analizado,
|
415
|
+
resulta una generosidad. Pero este punto exigiría, para ser bien
|
416
|
+
explicado, un tomo de psicología femenina.
|
417
|
+
|
418
|
+
Una mujer sólo a los 25 años se halla en aptitud mental y espiritual
|
419
|
+
para elegir o aceptar esposo--porque no siempre se puede elegir. Sólo
|
420
|
+
después de diez años de frecuentar salones y alternar en el mundo se
|
421
|
+
adquiere cierta experiencia para resolver el gran problema con alguna
|
422
|
+
probabilidad de acierto. Antes de esa edad corremos el riesgo de
|
423
|
+
dejarnos llevar de impresiones fugaces y transitorias. A los 25 años
|
424
|
+
nuestro espíritu ha logrado ya cierto grado de serenidad y nuestros
|
425
|
+
sentidos una dulce calma que no conturba nuestros juicios. Antes, todo
|
426
|
+
es emoción indisciplinada, torbellino de sensaciones, exaltación sin
|
427
|
+
fundamento, inconsciencia, capricho, delirio. El discernimiento sólo se
|
428
|
+
alcanza con los años. Y aun es problemático, pues según un ironista
|
429
|
+
francés «la mujer sólo se equivoca cuando reflexiona». La frase, aguda y
|
430
|
+
ligera, no convencerá a ninguna de mis lectoras. Podríamos devolverla al
|
431
|
+
ironista diciendo: «los hombres sólo aciertan cuando se enloquecen».
|
432
|
+
|
433
|
+
Así, pues, amigas mías, antes de casarse conviene haber bailado mucho,
|
434
|
+
haber conversado mucho y haber «flirteado» algo--no mucho,--haciendo
|
435
|
+
todo esto con espíritu observador e informativo, con intención fiscal, a
|
436
|
+
fin de descubrir en los sujetos aquellas cualidades, dones y tendencias
|
437
|
+
que más se aproximen a nuestro ideal. Al matrimonio se debe llegar con
|
438
|
+
el sujeto ya bien conocido; no con una máscara. Asimismo, nunca es
|
439
|
+
completo este conocimiento, ya que el matrimonio no es, en el fondo,
|
440
|
+
sino un lento y contínuo desenmascaramiento que sólo se hace total con
|
441
|
+
el último abrazo en la hora de la muerte.
|
442
|
+
|
443
|
+
Conviene también llegar al matrimonio con una ligera fatiga del mundo y
|
444
|
+
de sus pompas y vanidades. Así encontraremos el hogar propio más
|
445
|
+
agradable que los salones y las tertulias. Fidias, que además de un
|
446
|
+
escultor excelso, era un espíritu filosófico, hizo una vez la estatua de
|
447
|
+
Venus sobre una tortuga, queriendo indicar a las mujeres de su pueblo
|
448
|
+
que debían ser lentas para salir de casa. No proclamo con esto el
|
449
|
+
cenobio, el enclaustramiento; pero sí cierto recogimiento que sólo se
|
450
|
+
acepta con gusto cuando conocemos bien la sociedad y todo el tejido de
|
451
|
+
menudas pasiones que en ella bullen y se agitan.
|
452
|
+
|
453
|
+
Yo me casé a los 25 años. Antes de conocer a mi marido, aficionado, como
|
454
|
+
sabéis, a la historia natural y, particularmente, a la especialidad de
|
455
|
+
las aves noctívagas pamperas, experimenté muchas impresiones en nuestro
|
456
|
+
gran mundo. Varias veces sentí un principio de amor, un interés
|
457
|
+
repentino, una relampagueante emoción; pero luego aplicaba serenamente
|
458
|
+
mi juicio a los fundamentos de toda pasión incipiente, hasta que lograba
|
459
|
+
disiparla. Es axiomático que las mujeres desconfían de los hombres en
|
460
|
+
general y confían en ellos en particular. Esto es un poco inexplicable,
|
461
|
+
pero es así. Yo procuré siempre hacer lo contrario. A cada caso
|
462
|
+
particular apliqué una saludable desconfianza. Por último me enamoré de
|
463
|
+
veras, con la reflexión y con el sentimiento. La reflexión me decía que
|
464
|
+
mi naturalista era bueno, leal, culto, tierno, muy hombre además para
|
465
|
+
luchar en la vida. Y a compás de estas ideas el sentimiento se encendía
|
466
|
+
en amor. Pero antes de decir «sí» bailamos mucho, conversamos mucho, y
|
467
|
+
yo, por mi parte, traté de verle el alma a la luz de un constante
|
468
|
+
análisis. Y cuando vi que era buena y alta y digna y hermosa le di el
|
469
|
+
más absoluto imperio sobre la mía. Sobre mi persona tenía él también su
|
470
|
+
concepto. Y ahora y por siempre mi amor me lleva a ser como él me
|
471
|
+
imagina, que es el amor perfecto. Y siendo como él quiere, soy como yo
|
472
|
+
quiero, y cuanto más le gusto más me gusto.
|
473
|
+
|
474
|
+
Y así el esquife de nuestro amor marcha por el piélago de la vida,
|
475
|
+
seguro de que nunca zozobrará...
|
476
|
+
|
477
|
+
|
478
|
+
|
479
|
+
|
480
|
+
EL NO DE LAS NIÑAS
|
481
|
+
|
482
|
+
|
483
|
+
Facilísimo es dar el «sí»--«el sí de las niñas»--como reza el título de
|
484
|
+
la ingenua y cursililla comedia de Moratín, que hizo las delicias de
|
485
|
+
nuestras abuelas. El «sí», a una proposición de matrimonio, cuando el
|
486
|
+
proponente nos agrada, brota espontáneo, casi sin palabras; lo damos con
|
487
|
+
los ojos, con el movimiento balbuciente de nuestros labios, oprimiendo
|
488
|
+
con el nuestro el brazo del cual vamos asidas en el baile. Esta última
|
489
|
+
actitud, oprimir el brazo, asirnos a él, suele ser la más corriente como
|
490
|
+
reveladora de nuestro gozoso asentimiento. La que para dar el «sí»
|
491
|
+
emplea mucha retórica, muchos requilorios, circunloquios y rodeos,
|
492
|
+
mucha charla alambicada y sutil, es que en realidad no está
|
493
|
+
verdaderamente enamorada. Acepta por causas ajenas al amor; porque es
|
494
|
+
buen partido, porque quiere emparentar bien, etc., etc. El amor, como
|
495
|
+
toda pasión vehemente--y es el amor la más vehemente de todas--es
|
496
|
+
conciso en su expresión, monosilábico, casi mudo. La palabra muere en el
|
497
|
+
nudo que la emoción forma en la garganta. Todas esas escenas de comedia,
|
498
|
+
en prosa y verso; todas las páginas amorosas de las novelas, en que
|
499
|
+
salen a relucir las flores, los arroyuelos, las estrellas, la luna, los
|
500
|
+
ángeles y los serafines, todo, absolutamente todo eso, es mentira,
|
501
|
+
completamente mentira. El amor, el verdadero amor, no halla palabras, no
|
502
|
+
encuentra léxico para expresarse. Por eso el baile es su mejor auxiliar,
|
503
|
+
pues el abrazo--el abrazo danzando, perfectamente admitido--nos ahorra
|
504
|
+
el estudio del diccionario para dar con los términos académicos
|
505
|
+
apropiados al caso. El concurso, la gente de un salón, que ve bailar, no
|
506
|
+
advierte que cierta pareja abrazada y danzante da a su abrazo, en un
|
507
|
+
momento determinado, un sentido trascendental, de unidad de vidas, de
|
508
|
+
fusión de espíritus, de enlace de corazones. Yo dí el «sí» así,
|
509
|
+
bailando; pero lo dí sin palabras. De pronto, preguntó él: «Bueno,
|
510
|
+
¿y?...» porque él también, como buen enamorado, era monosilábico, casi
|
511
|
+
mudo. Mi respuesta fué oprimirle el brazo, latir como nunca he latido y
|
512
|
+
mostrarle mis ojos húmedos. Y el hombre arrancó a valsar con tal furia
|
513
|
+
que parecía movido por todo el carbón que emplea ahora la escuadra
|
514
|
+
inglesa en el bloqueo. Nos asimos un poco más, porque el baile lo
|
515
|
+
exigía. Bueno, amigas mías, entonces supe que es posible no morirse de
|
516
|
+
felicidad. ¡ Ay, Dios mío, qué recuerdos!...
|
517
|
+
|
518
|
+
Quedamos, pues, en que dar el «sí» es facilísimo; sale solo; se revela
|
519
|
+
en la emoción que nos embarga; por muy quedo que se diga, lo expresa muy
|
520
|
+
alto el estado de nuestro ánimo. Lo difícil, lo árduo, es decir «no»,
|
521
|
+
negarse a la relación solicitada. En esta ocasión es cuando ha de
|
522
|
+
revelarse la educación de la mujer, su finura espiritual, los recursos
|
523
|
+
de su ingenio.
|
524
|
+
|
525
|
+
El «no» de las niñas requiere, no una comedia como el «sí» de las niñas,
|
526
|
+
sino todo un tratado de psicología femenina. Pero hemos de contraernos a
|
527
|
+
un ligero prontuario sobre la materia. Generalmente, la mujer llega al
|
528
|
+
difícil trance de tener que decir «no» por culpa de ella misma. Porque
|
529
|
+
es ella la que alienta las primeras insinuaciones del hombre, aunque su
|
530
|
+
corazón no esté interesado; unas veces por demostrar a las demás que
|
531
|
+
tiene pretendiente; otras veces por dar celos con el incauto al que
|
532
|
+
verdaderamente ella quiere; no pocas veces también por divertirse, por
|
533
|
+
coquetería, o por curiosidad. El amor propio adopta muchas veces el
|
534
|
+
disfraz del amor por pura satisfacción de orgullo. Y esto lleva a muchas
|
535
|
+
señoritas a admitir y hasta a estimular las insinuaciones del hombre,
|
536
|
+
que toma por sentimiento real los fingimientos de que es víctima en
|
537
|
+
forma de sonrisas prometedoras, de miradas simulando aquiescencia, de
|
538
|
+
gestos y signos, en fin, que expresan lo contrario del verdadero
|
539
|
+
propósito. Este juego es peligroso y, desde luego, condenable. Cuando un
|
540
|
+
hombre inteligente aventura una declaración es porque le anima a ello el
|
541
|
+
presentimiento de que será aceptado, presentimiento fundado en ciertos
|
542
|
+
indicios de que es persona grata, como se dice en términos de
|
543
|
+
diplomacia. Sugerir este presentimiento a un hombre, inducirle en este
|
544
|
+
error, significa en la mujer sentimientos aviesos, una travesura de mal
|
545
|
+
gusto, pues no se debe jugar con el corazón ni con las ilusiones de
|
546
|
+
ningún hombre, cuyo porvenir espiritual, en el resto de su vida, acaso
|
547
|
+
dependa de esta burla de la mujer. Porque deplorable es para un hombre
|
548
|
+
que ama profundamente no verse amado por aquella a quien ama. Pero aun
|
549
|
+
es mucho peor hacer escarnio de su afecto, induciéndole en el error de
|
550
|
+
ser amado sin serlo; pues, en este caso la herida es doble, en el amor y
|
551
|
+
en el amor propio. Y las heridas de amor propio son aún más difíciles de
|
552
|
+
curar que las heridas de amor. El hombre que nos insinúa su afecto, que
|
553
|
+
cifra la razón de su vida en la correspondencia de nuestro corazón al
|
554
|
+
suyo, merece por ello mismo nuestra atenta simpatía, pues siempre es
|
555
|
+
conmovedor para una mujer producir en un hombre esta exaltación
|
556
|
+
sentimental. Si no nos gusta o no nos conviene--desde luego no nos
|
557
|
+
conviene si no nos gusta--debemos hacérselo notar desde el principio con
|
558
|
+
palabras cordiales y cariñosas con cultura exquisita, sin deprimirle en
|
559
|
+
forma alguna, poniendo disculpas que lo eleven a sus propios ojos y
|
560
|
+
mezclando así la desesperanza o desengaño con el consuelo. Probablemente
|
561
|
+
esta conducta de la mujer, por lo mismo que es una conducta noble,
|
562
|
+
bondadosa, espiritual, exaltará más el amor del hombre, le hará más
|
563
|
+
profundo y entrañable, desolará más su alma; pero no tendrá derecho a
|
564
|
+
sentirse herido en su amor propio con burlas imperdonables. Jamás, en
|
565
|
+
fin, se debe alentar una pasión que no se tiene el propósito de
|
566
|
+
corresponder. De todas las coqueterías ésta es la más condenable, porque
|
567
|
+
implica la intención de hacer sufrir, empeño que delata poca reflexión y
|
568
|
+
una torcida contextura ingénita de nuestro espíritu.
|
569
|
+
|
570
|
+
Ya se ve, pues, cómo el «no» es más difícil que el «sí» de las niñas. Y
|
571
|
+
esta dificultad aumenta, según va dicho, cuando con nuestra frivolidad y
|
572
|
+
nuestras vanidades hemos inducido en error al pretendiente. En tal caso,
|
573
|
+
el trance, desagradable siempre, de decir «no» claramente ha sido
|
574
|
+
buscado por nosotras mismas. En realidad es una conducta que tiene algo
|
575
|
+
de engaño, ya que condujimos nuestro trato con él en forma que supusiera
|
576
|
+
una posibilidad de aceptación, con la reserva mental de una negativa al
|
577
|
+
plantearnos la petición de mano. Lo noble, lo generoso, lo leal, es
|
578
|
+
atajar discretamente desde el comienzo las insinuaciones, a fin de que
|
579
|
+
nunca pueda creerse engañado en sus observaciones respecto al estado
|
580
|
+
efectivo de nuestro espíritu y de nuestra voluntad.
|
581
|
+
|
582
|
+
Pero la especie masculina es muy variada. Hay hombres un poco cegatos en
|
583
|
+
materia de psicología femenina, para los cuales no basta que la mujer
|
584
|
+
rehuya con discreción sus insinuaciones. Su falta de percepción es
|
585
|
+
disculpable y justifica el empecinamiento. En este caso se impone el
|
586
|
+
«no» desde el primer instante, pues al que no entiende de razones con
|
587
|
+
los ojos, necesario es hacer que las entienda por medio de los oídos.
|
588
|
+
Siempre, claro está, usando palabras corteses; nada de desaires, nada de
|
589
|
+
enojos, nada de sentirse molestada por la pertinacia, pues el ciego no
|
590
|
+
es responsable de no ver, y hasta merece simpatía cuando observamos que
|
591
|
+
la causa de su ceguera está en que el foco del corazón le ofusca la
|
592
|
+
vista de los ojos. ¿No merece un poco de piedad un ciego tan sublime?
|
593
|
+
Hay otros que llamaremos «intrépidos», muy expeditivos en sus
|
594
|
+
procedimientos, que quieren llevar las cosas a paso de carga, hombres
|
595
|
+
impacientes, exaltados, audaces, de sensibilidad tormentosa y hasta
|
596
|
+
huracanada. El «no» a un hombre así ha de ser gradual, no repentino, no
|
597
|
+
brusco, pues nuestra negativa seca y rápida pudiera llevarlo a la
|
598
|
+
exasperación y hasta ser causa del encarecimiento del plomo troquelado.
|
599
|
+
Existe el hombre que presume de irresistible, el que tiene de sí mismo
|
600
|
+
un concepto tan optimista que no admite haya mujer que renuncie a la
|
601
|
+
gloria de unirse a él. La vanidad es un lente que aumenta las cosas más
|
602
|
+
pequeñas. Con éste conviene envolver el «no» en un ligero «titeo»
|
603
|
+
educador. Se le hace con ello un servicio, induciéndole a moderar el
|
604
|
+
concepto fantástico fraguado por su insensatez. Hay el hombre que se las
|
605
|
+
da de zahorí, de sagaz y penetrante para descubrir los sentimientos de
|
606
|
+
la mujer. Suele, en su presunción de psicólogo, hacer análisis que no
|
607
|
+
están en la persona analizada, sino en él mismo. Ha leído algunas
|
608
|
+
novelas modernas, probablemente de Bourget, que se ha ocupado mucho de
|
609
|
+
psicología femenina, con sutilezas generalmente exentas de verdad y de
|
610
|
+
sencillez. Con este pretendiente, que es un vanidoso cerebral, se debe
|
611
|
+
emplear un «no» oscuro, nebuloso, para aumentar el mar de sus propias
|
612
|
+
confusiones. Detesto los noveleros, los hombres que carecen de
|
613
|
+
naturalidad. Son, además, peligrosos, porque siempre andan a caza de
|
614
|
+
complejidades sentimentales. Hay el hombre que cifra todo su éxito en el
|
615
|
+
apellido heredado y cree que su nombre procérico basta para lograr la
|
616
|
+
más apetecible conquista. Con éste el «no» tiene que ser histórico. La
|
617
|
+
mujer debe decirle, siempre de una manera muy fina, que hubiera
|
618
|
+
preferido a su antepasado. Los hombres que valen no son los que heredan
|
619
|
+
un apellido histórico, sino los que, llevando uno desconocido, logran
|
620
|
+
meterle en la historia.
|
621
|
+
|
622
|
+
¿Para qué seguir presentando más casos? La variedad es tan grande que no
|
623
|
+
acabaríamos nunca. Baste decir que cada uno de ellos requiere una
|
624
|
+
negativa especial, ajustada a las circunstancias y al tipo moral y
|
625
|
+
espiritual del pretendiente. Y con esto queda demostrado que el «no» es
|
626
|
+
mucho más difícil que el «sí» de las niñas...
|
627
|
+
|
628
|
+
|
629
|
+
|
630
|
+
|
631
|
+
EL GANCHO
|
632
|
+
|
633
|
+
|
634
|
+
Son muchas las personas aficionadas a intervenir en el arreglo y
|
635
|
+
combinación de las bodas. En lenguaje clásico se les llama casamenteras
|
636
|
+
y han servido muchas veces de tópico a la musa irónica de los escritores
|
637
|
+
festivos. Este entrometimiento tiene también un calificativo popular:
|
638
|
+
«hacer el gancho» o «servir de gancho» para que una pareja determinada
|
639
|
+
concierte su unión. Por regla general es más frecuente la tendencia
|
640
|
+
casamentera entre las señoras que entre los hombres. Este género de
|
641
|
+
intervenciones se aviene mejor con el espíritu de la mujer. El hombre
|
642
|
+
siente siempre cierto reparo, cierto rubor, en mezclarse en estas
|
643
|
+
negociaciones que requieren las delicadezas y sutiles arbitrios de las
|
644
|
+
damas. Al hombre le parecen, en fin, afeminadas estas gestiones, y aún
|
645
|
+
cuando él mismo las necesite alguna vez, preferirá recurrir al auxilio
|
646
|
+
de una dama antes que al apoyo de otro hombre.
|
647
|
+
|
648
|
+
Han existido y existen, sin embargo, hombres casamenteros que lograron
|
649
|
+
por ello la cúspide de la gloria y de la proceridad. Hay «ganchos» que
|
650
|
+
han pasado a la historia. En todas las bodas reales ha intervenido el
|
651
|
+
«gancho» diplomático. Los cancilleres de las cortes europeas hicieron,
|
652
|
+
en el transcurso de los siglos, «ganchos» memorables. Metternich y
|
653
|
+
Talleyrand, por ejemplo, debieron sus mejores éxitos políticos a este
|
654
|
+
género de tramitaciones, manteniendo el equilibrio continental, en unos
|
655
|
+
casos, y concertando la paz, en otros, por medio de su «gancho» para
|
656
|
+
unir princesas y reyes. Las muchedumbres dejaron de matarse y colgaron
|
657
|
+
las armas gracias a la feliz gestión casamentera de un canciller, que
|
658
|
+
resolvió una vasta y pavorosa tragedia tramando una boda oportuna que
|
659
|
+
acabó con el rencor de dos monarquías y de sus leales súbditos. Estos
|
660
|
+
«ganchos» trascendentales merecieron la admiración y el aplauso de los
|
661
|
+
pueblos, que siguen venerando la memoria de aquellos insignes
|
662
|
+
diplomáticos.
|
663
|
+
|
664
|
+
El «gancho», tiene, pues, glorioso abolengo histórico, y no debe
|
665
|
+
desdeñarse mi entrometimiento que ocupa tantas y tan sublimes páginas en
|
666
|
+
los anales de la humanidad.
|
667
|
+
|
668
|
+
Pero descendiendo de la historia a la vida corriente, mortal y vulgar,
|
669
|
+
discurramos un poco, aunque sea muy someramente, sobre la intromisión
|
670
|
+
casamentera. Bien está ella cuando se pide, cuando, a fin de allanar
|
671
|
+
algunos obstáculos, se solicita el patrocinio de una dama para que venza
|
672
|
+
las resistencias que se oponen al anhelo del pretendiente. El aunar las
|
673
|
+
voluntades familiares, cuando ya los novios están de acuerdo, es obra
|
674
|
+
buena y simpática, pues tiende a proteger un amor concertado.
|
675
|
+
|
676
|
+
Pero la verdadera casamentera no es la que ejerce este género de
|
677
|
+
gestiones pedidas, sino aquella que, sin pedírselo nadie, se pone a
|
678
|
+
concertar bodas y a tramar enlaces, usurpando su papel al azar o a los
|
679
|
+
designios providenciales que rigen el nacimiento del amor en nuestro
|
680
|
+
espíritu. Porque el amor, como el rayo, surge de una manera instantánea
|
681
|
+
y fulminante, cuando menos lo pensamos. En esta rapidez y en este fulgor
|
682
|
+
de relámpago estriba precisamente el peligro por lo que toca a la
|
683
|
+
duración, pues es difícil mantener la vida en tan fulmínea tensión
|
684
|
+
espiritual. Por esto en otra crónica hemos defendido las ventajas del
|
685
|
+
rescoldo sobre la llama, o sea del cariño sobre el amor.
|
686
|
+
|
687
|
+
La psicología de la casamentera es, en el fondo, sencilla. Su norma es
|
688
|
+
la bondad. La idea de la felicidad ajena guía su intervención. La
|
689
|
+
casamentera armoniza a su gusto cualidades, tendencias, fortunas,
|
690
|
+
representación social, etc. «A Fulano le conviene Fulana». «A Fulana le
|
691
|
+
conviene Fulano». Ella, la casamentera, concierta lo que podríamos
|
692
|
+
llamar condiciones externas Combina matrimonios en frío, como un
|
693
|
+
matemático resuelve una ecuación. No tiene en cuenta el estado
|
694
|
+
espiritual de los seres que trata de unir, si hay o no correspondencia
|
695
|
+
entre sus almas, si existe o no existe afinidad, si los corazones laten
|
696
|
+
a compás y hay entre ellos mutua resonancia. El amor, en una palabra,
|
697
|
+
nunca es tenido en cuenta por la casamentera. A su juicio, siendo
|
698
|
+
armónicas las circunstancias--armónicas a su parecer--el amor tiene que
|
699
|
+
producirse. Todo el error de la casamentera deriva de creer que el amor
|
700
|
+
surge de la conveniencia y no al contrario, la conveniencia del amor,
|
701
|
+
porque, donde no hay amor, todo es inconveniente.
|
702
|
+
|
703
|
+
Generalmente la casamentera no ha tenido grandes pasiones. Ignora las
|
704
|
+
tormentas del corazón. Las solteronas muy metidas en años, cuya juventud
|
705
|
+
no conoció el ardiente sabor de la vida, y las viudas que no quisieron
|
706
|
+
mucho a sus maridos, que se casaron por conveniencia, suelen ser las más
|
707
|
+
inclinadas a ejercer de casamenteras. Como no han usado su corazón,
|
708
|
+
desconocen en los demás la onda emocional que constituye la base de toda
|
709
|
+
relación amorosa.
|
710
|
+
|
711
|
+
Las casamenteras ponen mucho empeño y mucha tenacidad en sus empresas.
|
712
|
+
Se parecen en esto al diplomático que realiza un concierto
|
713
|
+
internacional. Aconsejan, señalan las ventajas de la unión, presentan
|
714
|
+
las dichas futuras, un porvenir venturoso; hacen grandes apologías de él
|
715
|
+
a ella y de ella a él, atribuyendo a una y otro virtudes sin cuento.
|
716
|
+
Comprometido su amor propio, la casamentera incurre en exageraciones
|
717
|
+
graciosas. Los ángeles son inferiores a la pareja que trata de unir. Y
|
718
|
+
se sorprende de que sus razonamientos no convenzan. No sabe que en
|
719
|
+
materia de amor, como ha dicho un glorioso padre de la Iglesia, el
|
720
|
+
corazón tiene sus razones que no conoce la razón.
|
721
|
+
|
722
|
+
La elección de consorte es el acto más íntimo, más importante, más
|
723
|
+
trascendental de nuestra vida. Debe ser también, por lo tanto, el más
|
724
|
+
autónomo, el más libre, el más exento de toda ajena influencia. No hay
|
725
|
+
error en una elección a gusto. Toda persona es feliz por tener lo que le
|
726
|
+
agrada, no por tener lo que los demás creen que es agradable. La
|
727
|
+
felicidad está en la libre elección, en unirnos al ser que la
|
728
|
+
Providencia pone en nuestro camino para que encienda en amor nuestro
|
729
|
+
espíritu y colme nuestras esperanzas. Lo razonable en amor es el ensueño
|
730
|
+
propio y no las lógicas combinaciones de una casamentera.
|
731
|
+
|
732
|
+
Lo primero que se debe considerar en todo consejo es la posición de
|
733
|
+
quien lo da. Un consejo no es eficaz ni sirve para nada si la persona
|
734
|
+
que lo ofrece no se coloca en las circunstancias de aquella otra que ha
|
735
|
+
de recibirlo. La casamentera nunca se percata de esta condición
|
736
|
+
indispensable en todo consejo. Y aun asimismo, aun colocándose en estas
|
737
|
+
circunstancias, es difícil el acierto, pues como dice Byron «rara vez
|
738
|
+
sucede que de un buen consejo resulte algo bueno».
|
739
|
+
|
740
|
+
En materia de amor lo principal es el amor, verdad harto inocente que
|
741
|
+
sólo desconoce la casamentera. Todo lo demás es circunstancial y
|
742
|
+
accesorio. Fortuna, belleza, equivalencia de posición social, todo es
|
743
|
+
inútil si falta lo esencial, la reciprocidad de un intenso afecto, la
|
744
|
+
afinidad de las almas, la adhesión recíproca de los corazones.
|
745
|
+
|
746
|
+
Pocas veces la casamentera opera sola, sino en combinación con otras,
|
747
|
+
aficionadas como ella a tramar enlaces y noviazgos. Para hacer el
|
748
|
+
«gancho» recurren a mil arbitrios delicados, procurando que la pareja se
|
749
|
+
hable y se trate, encontrándose de una manera «casual» en todas partes.
|
750
|
+
De estos encuentros nace a veces un principio de simpatía, que las
|
751
|
+
casamenteras fomentan con elogios hiperbólicos de la futura al futuro y
|
752
|
+
viceversa. Y justo es reconocer que algunas veces salen buenos
|
753
|
+
matrimonios de estas gestiones de las casamenteras. Pero también es
|
754
|
+
verdad que tales enlaces sólo pueden concertarse entre contrayentes que
|
755
|
+
no tengan un gusto muy personal y definido, una individualidad
|
756
|
+
espiritual muy pronunciada, un concepto propio de la vida. Las
|
757
|
+
casamenteras, en fin, sólo pueden lograr su objeto con personas de
|
758
|
+
voluntad blanda, mente vacía y espíritu sugestionable. Tales personas no
|
759
|
+
suelen ser las más desgraciadas; pues si bien la mente lúcida y el
|
760
|
+
espíritu rico en sensibilidad producen muchos goces, también acarrean
|
761
|
+
estas condiciones grandes tormentos y agobiadoras melancolías. La
|
762
|
+
mediocridad goza siempre el género de dicha que impera en el Limbo.
|
763
|
+
|
764
|
+
No es fácil hacer con discreción el «gancho». En realidad la
|
765
|
+
casamentera, como el poeta, nace, no se hace. Los procedimientos son
|
766
|
+
variadísimos, según las personas que se trate de unir, el medio social y
|
767
|
+
las circunstancias que las rodean. Empieza la casamentera por
|
768
|
+
convertirse en confidente de cada una de las personas que trata de
|
769
|
+
coyundar. A la muchacha le comunica todo lo bueno que el mozo diga de
|
770
|
+
ella, y aún aumenta algo de su propia cosecha; y al mozo todo lo mejor
|
771
|
+
que de él diga la señorita, y si no dice nada, la casamentera lo
|
772
|
+
inventa. Este intercambio de elogios, traídos y llevados incesantemente,
|
773
|
+
va haciendo paulatinamente su obra, predisponiendo los espíritus y
|
774
|
+
encauzándolos en una tibia atracción, cuya mayor temperatura sucesiva se
|
775
|
+
producirá con el trato y el trabajo continuo y vigilante del «gancho».
|
776
|
+
En el fondo la casamentera viene a ser, con sus repetidas ponderaciones
|
777
|
+
de él a ella y de ella a él, una chismosa del bien, si vale expresarse
|
778
|
+
así. Con relación a la galería, el procedimiento es más breve y
|
779
|
+
sencillo. La casamentera se limita a decir: «todo está arreglado». Se le
|
780
|
+
piden informes, detalles, y ella repite impertérrita: «le digo que está
|
781
|
+
arreglado todo». En el círculo va pasando la voz: «todo está arreglado».
|
782
|
+
Y aunque, en realidad, nada haya arreglado, acaba todo por arreglarse,
|
783
|
+
debido a esa suave presión del medio, a la atmósfera favorable, al
|
784
|
+
ambiente, digamos así, que todo el circulo de relaciones ha creado a la
|
785
|
+
boda. La casamentera ha sabido convertir a todo el círculo en
|
786
|
+
casamentero. La pareja se encuentra unida sin saber cómo, y aquella
|
787
|
+
opinión externa, tan unánime, tan complacida en su obra, tan convencida
|
788
|
+
de la feliz armonía existente en la unión fraguada, acaba por ejercer
|
789
|
+
una decisiva influencia en el espíritu de los futuros contrayentes, que
|
790
|
+
ven la intervención providencial, el destino, el hado, donde sólo hubo
|
791
|
+
el gancho mortal de la casamentera.
|
792
|
+
|
793
|
+
Una vez casada la pareja, la casamentera tiene en el hogar la autoridad
|
794
|
+
y el prestigio que le dan su gestión anterior. Arreglará las
|
795
|
+
desavenencias que ocurran, los disgustillos transitorios, las pequeñas
|
796
|
+
trifulcas domésticas. Juzgará sin apelación e impondrá la paz, porque
|
797
|
+
ambos cónyuges sienten por ella un respeto afectuoso. La casamentera
|
798
|
+
casi pertenece al nuevo hogar. De esta manera, si es soltera o viuda
|
799
|
+
solitaria, viene a tener una familia, un poco postiza, es verdad, pero
|
800
|
+
con todas las ventajas y ninguno de los inconvenientes de la verdadera.
|
801
|
+
|
802
|
+
¿Salen bien los matrimonios formados así? Habría mucho que hablar sobre
|
803
|
+
este punto y no nos queda ya espacio para su desarrollo. Agregaremos,
|
804
|
+
pues, muy pocas palabras. La felicidad, según un filósofo francés, no se
|
805
|
+
conjuga en presente, sino en futuro imperfecto. La felicidad, como la
|
806
|
+
desgracia, se va haciendo, se va tramando en la convivencia, en la vida
|
807
|
+
íntima y constante. Y así, tanto peligro puede correr un matrimonio
|
808
|
+
formado por un amor enardecido y apasionado, como otro tibio, suave,
|
809
|
+
cordial, sosegado. Todo depende de la hondura con que luego, en la vida
|
810
|
+
diaria, eche sus raíces el cariño, porque es éste, el santo cariño,
|
811
|
+
lleno del sentimiento del deber y de una rígida y caballeresca lealtad a
|
812
|
+
la fe jurada, el que forma los sólidos vínculos de la vida matrimonial.
|
813
|
+
Y en último término, todas las circunstancias preliminares de un enlace
|
814
|
+
quedan olvidadas ante el aleteo de las nuevas vidas y el pío pío que
|
815
|
+
resuena en nuestro corazón.
|
816
|
+
|
817
|
+
|
818
|
+
|
819
|
+
|
820
|
+
LAS «PLANCHADORAS»
|
821
|
+
|
822
|
+
|
823
|
+
Comencemos por desvanecer el error en que el título de esta croniquilla
|
824
|
+
pudiera inducir al lector. No se refiere el epígrafe a la respetable
|
825
|
+
clase social que nos aliña las prendas internas, empleando ese producto
|
826
|
+
que es el signo externo de la civilización: el almidón. No creemos
|
827
|
+
habernos excedido al aplicar a las planchadoras el calificativo de
|
828
|
+
respetable clase social. Su misión no puede ser más importante. Gracias
|
829
|
+
a ellas se produce en la vida cierta nivelación. Al contrario de los
|
830
|
+
socialistas, que buscan la igualdad haciendo que desciendan las clases
|
831
|
+
altas, las planchadoras elevan a las bajas por medio del almidonado.
|
832
|
+
Colocado al alcance de todo el mundo, el almidón es un símbolo
|
833
|
+
igualitario por ministerio de las planchadoras.
|
834
|
+
|
835
|
+
Pero, como va insinuado, no nos referimos a estas planchadoras, sino a
|
836
|
+
las otras, a las señoritas que, en sentido figurado, se aplica este
|
837
|
+
mismo sustantivo, cuando en los bailes, fiestas y saraos, se ven
|
838
|
+
relegadas o poco atendidas por los caballeros.
|
839
|
+
|
840
|
+
Quedarse «planchando»... Nada aflige tanto a una muchacha, ni le da una
|
841
|
+
impresión más completa de su poquedad, de su insignificancia en el
|
842
|
+
mundo. Es un poco difícil determinar los orígenes y causas de esta
|
843
|
+
desventura. Por regla general, se debe a que la «planchadora» no ha sido
|
844
|
+
muy favorecida por la naturaleza. No pretendemos hacer ningún
|
845
|
+
descubrimiento que merezca integrar las páginas de un texto de
|
846
|
+
sociología, diciendo que suele haber más «planchadoras» entre las feas o
|
847
|
+
poco agraciadas que entre las bonitas. El imperio de la belleza no tiene
|
848
|
+
rebeldes. La fea, que «plancha» por serlo, tiene dos causas de
|
849
|
+
aflicción: la primera es una herida de amor propio al verse relegada; la
|
850
|
+
segunda envuelve una pesadumbre más profunda y definitiva. Expliquemos
|
851
|
+
su psicología. Ninguna persona, y menos aún una señorita, naturalmente
|
852
|
+
optimista, tiene una idea exacta de su fealdad. La naturaleza nunca es
|
853
|
+
cruel del todo. A cambio de los pocos encantos físicos que nos concedió,
|
854
|
+
suele otorgarnos un juicio favorable sobre nosotras mismas. Y así, aun
|
855
|
+
a despecho de las acusaciones matemáticas del espejo, nos vemos de otra
|
856
|
+
manera muy distinta en el cristal ilusorio de nuestro espíritu. Este
|
857
|
+
encantamiento o autosugestión desaparecen cuando el juicio ajeno se
|
858
|
+
pronuncia en forma de dejarnos «planchando». Todos nuestros optimismos
|
859
|
+
sobre nuestra propia figura se desvanecen ante aquel abandono que nos
|
860
|
+
sume en el más completo desaliento y en la más profunda de las
|
861
|
+
tristezas. En tal sentido, «planchar» equivale a morir; y no es
|
862
|
+
exagerada la afirmación, pues en realidad muere aquella favorable
|
863
|
+
representación interna que de nuestra propia figura teníamos. De estas
|
864
|
+
premisas exactas, nada cuesta deducir--y esto va para los hombres--que
|
865
|
+
es un acto criminal dejar «planchar» a una señorita. Así, pues, un
|
866
|
+
verdadero caballero, un espíritu culto, un hombre distinguido de frac
|
867
|
+
adentro debe ser siempre solícito y obsequioso con las señoritas poco
|
868
|
+
agraciadas, contribuyendo a mantener en ellas esa deleznable ilusión
|
869
|
+
sobre sus dones físicos. No confío mucho en ver seguido este piadoso
|
870
|
+
consejo, pues los hombres siempre fueron y serán humildes esclavos de la
|
871
|
+
belleza.
|
872
|
+
|
873
|
+
Pero no todas las feas «planchan». No pocas de ellas se ven tan
|
874
|
+
atendidas y solicitadas en los bailes como las más lindas. Una fea se
|
875
|
+
defiende de la «plancha» con dos recursos: bailando bien y teniendo
|
876
|
+
ingenio y espiritualidad. El bailar bien, con gracia y soltura, es ya
|
877
|
+
una forma de belleza física. Un cuerpo flexible, ágil, con movimientos
|
878
|
+
rítmicos y elegantes, hace olvidar las imperfecciones del rostro. Hay,
|
879
|
+
en fin, feas que tienen diablo, como dicen los franceses, o ángel, según
|
880
|
+
el dicho español. El diablo o el ángel es ese grado de seducción que
|
881
|
+
dimana de la simpatía, ese aire o nimbo de las figuras que es como el
|
882
|
+
aleteo externo del alma. La que tenga ingenio, inteligencia despierta,
|
883
|
+
tampoco «planchará». Una conversación amena, dotada de espíritu de
|
884
|
+
observación, pronta en sus dichos, ocurrente, estará siempre atendida y
|
885
|
+
se verá solicitada. Pero es necesario tener sentido de la medida, no
|
886
|
+
pasarse de lista, pues no gusta generalmente a los hombres verse
|
887
|
+
dominados intelectualmente por la mujer. De manera que se puede
|
888
|
+
«planchar» tanto por sobra como por ausencia de despejo.
|
889
|
+
|
890
|
+
Frecuentemente se ven también algunas muchachas bonitas que «planchan».
|
891
|
+
Son figuras de belleza inerte, como los angelones de retablo. La
|
892
|
+
hermosura sin gracia, decía Ninón, es como un anzuelo sin cebo. Su
|
893
|
+
espíritu apagado y su inteligencia opaca hacen que su compañía sea
|
894
|
+
aburrida y tediosa.
|
895
|
+
|
896
|
+
Las causas por las cuales se queda una «planchando» son muy variadas, y
|
897
|
+
es difícil señalarlas todas. Desde luego, muchas veces tiene la culpa la
|
898
|
+
dueña de casa donde se realiza el baile. La función de la dueña de casa
|
899
|
+
requiere una gran actividad diplomática, a fin de que todas las
|
900
|
+
señoritas que asisten a la fiesta sean atendidas y obsequiadas. En esto
|
901
|
+
ha de demostrar su habilidad, su fino tacto, sus recursos de dama de
|
902
|
+
mundo. El fracaso de una señorita en un baile recae siempre sobre la
|
903
|
+
dama que ofrece la fiesta. A este respecto contaré un triste episodio
|
904
|
+
ocurrido no hace muchos años a una amiga mía, perteneciente a una de
|
905
|
+
nuestras primeras familias. Mi amiga era linda, inteligente, discreta.
|
906
|
+
Invitada a un baile aristocrático, entró en el salón y se sentó.
|
907
|
+
Lanzáronse todas las parejas a bailar y ella se quedó sola. Su situación
|
908
|
+
no podía ser más violenta y desairada. Levantarse e irse, atravesando el
|
909
|
+
salón, le pareció un acto intempestivo; quedarse allí, sola y abandonada
|
910
|
+
en medio del baile, no era menos desagradable y molesto. Y en medio de
|
911
|
+
estas vacilaciones, agobiado su espíritu, rompió a llorar con la más
|
912
|
+
profunda aflicción. Acudieron a ella, vino la dueña de casa, la
|
913
|
+
preguntaron por la causa de su llanto, y respondió que se había puesto
|
914
|
+
enferma y que deseaba retirarse. Los concurrentes al baile, percatados
|
915
|
+
de la verdadera causa de aquellas amarguísimas lágrimas, hicieron
|
916
|
+
responsable del desaire a la dama que ofrecía la fiesta, la cual, a
|
917
|
+
partir de aquel momento, resultó triste, medio aguada y deslucida.
|
918
|
+
Nunca olvidaré el mal rato que sufrí ante la situación desairada e
|
919
|
+
inmerecida de mi amiga.
|
920
|
+
|
921
|
+
Una dueña de casa, discreta, inteligente, debe evitar estos percances.
|
922
|
+
Lo primero que ha de hacer es darse cuenta de la situación personal de
|
923
|
+
los concurrentes a la fiesta, de la relación entre jóvenes y señoritas,
|
924
|
+
de sus simpatías e inclinaciones, etc. Debe presentar a los que se
|
925
|
+
desconozcan, intervenir como lazo de relación, procurar, en una palabra,
|
926
|
+
crear un ambiente de familiaridad para que el sarao resulte agradable,
|
927
|
+
cordial y lucido. Y ha de prestar, sobre todo una atención vigilante y
|
928
|
+
solícita a las que ya tienen cierta reputación de «planchadoras», para
|
929
|
+
evitar que en su casa se vean en tan triste soledad. Al efecto, la dueña
|
930
|
+
de casa debe contar con un grupo de caballeros que sean amigos de
|
931
|
+
confianza, a los cuales pueda pedir el servicio de que bailen a las
|
932
|
+
«planchadoras». Pero en esto mismo no hay que abusar; no se debe endosar
|
933
|
+
al mismo caballero una «planchadora» toda la noche. Por eso conviene que
|
934
|
+
el círculo de amigos sea extenso, para repartir equitativamente la
|
935
|
+
carga. El mayor éxito, en fin, de la dueña de casa está en poner en
|
936
|
+
circulación danzante a las «planchadoras», procurando aliviar la
|
937
|
+
desventura de las proscriptas del baile.
|
938
|
+
|
939
|
+
La «planchadora» ignora siempre las causas de su triste condición. La
|
940
|
+
Providencia la libra de este aflictivo conocimiento. Y así, cuando por
|
941
|
+
bondad algún caballero la saca a bailar, se aferra a él, añadiendo a su
|
942
|
+
condición de «planchadora» la de pelma. Le ocurre lo contrario que a la
|
943
|
+
muy solicitada, la cual evita bailar muy seguido con el mismo caballero,
|
944
|
+
actitud que podría inducir a la concurrencia en el error de suponer un
|
945
|
+
principio de compromiso. La «planchadora», por el contrario, prefiere la
|
946
|
+
murmuración a la «plancha».
|
947
|
+
|
948
|
+
Alguna vez se «plancha» sin ser «planchadora»; un «planchado» fortuito,
|
949
|
+
casual, injustificado; porque, usando el lenguaje corriente, hay bailes
|
950
|
+
con suerte y bailes con desgracia. He aquí un fenómeno superior a
|
951
|
+
nuestra capacidad analítica. ¿Por qué en unos bailes tenemos éxito y en
|
952
|
+
otros no lo tenemos? Misterio. Quizá se deba a que la belleza de la
|
953
|
+
mujer tiene ascensos y descensos y momentos de plenitud. De todos modos,
|
954
|
+
voy a permitirme dar a las señoritas un consejo, fruto de mi
|
955
|
+
experiencia. La entrada en un baile tiene singular influencia para el
|
956
|
+
resto de la noche. Es necesario, como vulgarmente se dice, entrar con
|
957
|
+
buen pie. Al efecto, nunca se debe entrar sola en el salón. Ello es de
|
958
|
+
mal agüero. Conviene tener un amigo de confianza que nos acompañe al
|
959
|
+
hacer nuestra aparición en la tertulia o sarao, conduciéndonos desde el
|
960
|
+
«toilette», donde hemos dejado nuestro abrigo. Esto es de un efecto
|
961
|
+
seguro, pues sirve para demostrar que estamos solicitadas desde el
|
962
|
+
instante de nuestra llegada. Con este y otros pequeños y discretos
|
963
|
+
recursos nos iremos librando de la «plancha» en las noches de mala
|
964
|
+
fortuna.
|
965
|
+
|
966
|
+
No creo haber agotado este tema trascendental de las «planchadoras»,
|
967
|
+
cuya psicología es complejísima. Sólo he querido divagar un momento
|
968
|
+
sobre su evidente importancia e insinuar algunas advertencias útiles a
|
969
|
+
las dueñas de casa y a las mismas señoritas que no tienen la suerte de
|
970
|
+
atraer y sugestionar con el encanto de sus dones físicos y el hechizo de
|
971
|
+
sus donaires espirituales.
|